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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Ya se oía el rumor sordo y como subterráneo de las ruedas... el aliento fogoso de los caballos cansados... y, por fin, la voz chillona de Ripamilán.... Ahora callaban los del coche grande. La carretela iba a pasar junto al Magistral, que se apretó a la columna de hierro, para no ser visto. Pasó la carretela a trote largo. De Pas se hizo todo ojos.
Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron deseosos de entablar conversación, fingió no ver á ciertas damas que le sonreían, moviendo la cabeza para llamarle, y entró en un segundo ascensor, hundiéndose de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía por debajo de dos hoteles y sus jardines.
Todavía este último se prolongaba tierra adentro por el gran canal subterráneo que pone en comunicación á la ciudad con el Ródano. Ferragut había visto ancladas en esta sucesión de abrigos las marinas de toda la tierra y aun de todas las épocas.
La rectoral daba señales de su esplendor pasado; su aspecto era conventual; al entrar y apearse en el zaguán, los señores de Ulloa sintieron la impresión del frío subterráneo de una ancha cripta abovedada, donde la voz humana retumbaba de un modo extraño y solemne.
Pero se ajustó el chaqué como un manto trágico, y siguió adelante, grave y solemne. Si aquellos hombres de guerra, adversarios del parlamentarismo, querían reír ocultamente de las emociones de un personaje civil, se llevaban chasco. Desnoyers admiró la decisión con que el grande hombre se lanzaba fuera del subterráneo, lo mismo que si marchase contra el enemigo.
Se creía en el desierto. No había allí ruido que recordara al hombre. El mar, que ya no veía ella, volvía a sonar como murmullo subterráneo; los pinos sonaban como el mar y el pájaro como un ruiseñor. Estaba segura de su soledad. Abrió un libro de memorias, lo puso en sus rodillas, y escribió con lápiz en la primera página: «A la Virgen». Meditó, esperando la inspiración sagrada.
Nunca el señor Desnoyers había marchado tan satisfecho por las calles de París como al lado de este mocetón con su capote de gloriosa vejez y el pecho realzado por dos condecoraciones: la Cruz de Guerra y la Medalla Militar. Era un héroe, y este héroe era su hijo. Las miradas simpáticas del público en los tranvías y en el ferrocarril subterráneo las aceptaba como un homenaje para ambos.
Vio más lejos el convento de la Trinidad, en el mismo terreno que ocuparon las cárceles romanas; y el subterráneo en que tuvieron encerradas a las Santas Vírgenes Justa y Rufina, patronas de la ciudad. En este subterráneo se ha erigido un altar, en cuyo centro se conserva un pilar de mármol, al que estuvieron atadas las santas, y en que grabaron con sus débiles dedos una cruz que se ve todavía.
Un inmenso subterráneo conducia desde el fondo de aquella montaña artificial hasta la márgen muy lejana del Tajo, á una gran profundidad, para poder dar de beber á las caballerías, coger agua del rio, etc., etc. Tal era de grandioso el sistema de arquitectura de la vieja España, que ha dejado en todas partes los mas soberbios monumentos.
En la época á que nuestra historia se refiere, las sesiones estaban todavía en la planta baja. Aquéllos fueron los buenos días de la Fontana. Cada bebedor de café formaba parte del público. Entre los numerosos defectos de aquel local, no se contaba el de ser excesivamente espacioso: era, por el contrario, estrecho, irregular, bajo, casi subterráneo.
Palabra del Dia
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