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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Don Fernando, al oirlo, le concede al punto la libertad, y Muley se aleja de su lado lleno de alegría, y dando las gracias á su generoso adversario; escena sublime, propia de aquella caballería romántica de las guerras civiles de Granada, y hasta en sus palabras se nota cierto colorido semejante al de los romances moriscos.
Suspiraron ambos, y silenciosos subieron toda la calle de Toledo. Como Benina le ofreciese un duro para la mudanza, Almudena expresó un desinterés sublime: «No querier mí diniero... Diniero cosa puerca... asco diniero... Mí quierer amri... muquier mía migo.
Aquel sueño indiferente y sublime era un arma poderosa de que no convenía desprenderse. Ella, sin decírselo hasta que llegase la ocasión oportuna, guiaría a su hermana sin sacarla del poético sonambulismo.
Bajo la influencia de aquel minuto grande y puro de su vida, repuso Fernando: No; no soy bueno...; seré, si tú quieres, «menos malo»...; pero, aunque no soy capaz de nada sublime, tampoco de nada infame.
No diga usted sacrilegios. ¡Quiere usted comparar ese galimatías que ni ellos mismos entienden con el sublime final de la Lucía o con el aria de tiple de la Favorita, que empieza: «Oh miooo Ferna... a... a... an... do... riii... raaa... ri... ra.., ro... riiira...!»
El color azul, que es el más espiritual, el más puro y el más sublime de los colores, se adaptaba admirablemente al rostro cándido de Marta. El rayo de luz caía sobre él como una caricia del cielo, bañándolo suavemente de una claridad diáfana.
La Bretaña, donde es apacible, esto de veras. En sus archipiélagos creeríais encontraros mecidos por la ola de la muerte; empero donde se ostenta con fuerza, es sublime. En 1831 sentí sus tristezas, las cuales forman parte de la historia de mi vida. Entonces no conocía el verdadero carácter del mar.
Nunca el soldado lanzándose con sublime arrojo contra el arma enemiga, nunca el mártir al entrar en el circo con santa resignación estuvieron más dispuestos a morir que Amaury al volver a la casa donde había muerto su amada.
La anciana condesa disputó más de una vez a la señora de La Tour de Embleuse las fatigas y las molestias del estado de enfermera. Cada una de ellas quería encargarse de los cuidados más penosos y de esos servicios en que estalla la abnegación del sexo sublime. El viejo duque proporcionaba a su mujer un suplemento de preocupaciones sin el cual hubiera podido pasarse perfectamente.
No le disputeis eso, no disputeis con él para persuadirle de que sus ojos no deben ver, de que su sangre se debe helar, de que sus sienes no deben latir; para persuadirle de que esa creacion cuyas maravillas arrancan una fervorosa y sublime plegaria de su boca trémula, debe desaparecer en un instante ante la aparicion enlutada de un ataud.
Palabra del Dia
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