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Actualizado: 1 de julio de 2025
Después de algunas dilaciones, se la concedieron. Me acuerdo de cuando fue allí. Era un señor muy seco y estirado, con chupa de treinta colores, muchos colgajos en el reloj, gran coleto, y una nariz muy larga y afilada, con la cual parecía olfatear a las personas que le sostenían la conversación.
Empezó á elevarse, sin perder su tiesura militar, con el casco en la cabeza, el entrecejo fruncido, el bigote rubio y corto, y más abajo el pecho color de mostaza, las manos enguantadas que sostenían unos gemelos y un papel. Pero aquí terminaba su individualidad.
La componían cuarenta espaciosas cabañas rectangulares, con largos corredores provistos de barandas de bambú que las ponían en comunicación unas con otras. Los pilotes que sostenían aquellas construcciones estaban hincados en el fondo del río.
La naturaleza continuó su obra creadora, insensible a las locuras de los hombres; pero éstos no amaron otras flores que las que transparentaban la luz en las vidrieras de las ojivas, ni admiraron más árboles que las palmeras de piedra que sostenían las bóvedas de las catedrales.
Las columnas sostenían un frontón adornado con un escudo de armas gigantesco. La balaustrada se coronaba con enormes pináculos rematados por esferas. Detrás escalaba el espacio la cúpula del templo, de un gris de globo hinchado, rematada igualmente por pináculos y bolas, lo que la daba cierto aspecto de pagoda chinesca.
Sólo los grupos de los aficionados sostenían el entusiasmo palmoteando, aclamando a sus respectivos ídolos y entablando disputas ruidosas. La salida de la plaza era lenta, desmayada, contrastando con la llegada, ruidosa como una invasión. Todos parecían cansados y caminaban con cierta lentitud y ensimismamiento, como el que acaba de ser víctima de un engaño o ve defraudadas sus ilusiones.
Maximiliano contempló un rato el grupo fotográfico de las chicas de Samaniego, Aurora y Olimpia, con mantilla blanca, enlazados los brazos, la una muy adusta, la otra sentimental. ¿Por qué miraba aquello? Su turbación le llevaba a colgar las miradas aquí y allí, prendiendo el espíritu en cualquier objeto, aunque fueran las cabezas de los clavos que sostenían los retratos.
No había hombre más dulce, más inofensivo en su trato. Jamás se le oyó hablar mal de nadie. Los que ven siempre la parte negra de las cosas de este mundo y el lado flaco de los caracteres, que van siendo cada vez más, por desgracia, sostenían que si no murmuraba era porque no sabía, que era tan bueno porque no podía ser otra cosa. ¡Como si no hubiera necios perversos!
El pavimento era de ladrillos gastados y rotos. Los cuatro lados que daban sobre el jardín tenían una barandilla entre las chatas columnas que sostenían la techumbre de añejas vigas. Era una obra provisional, de tres siglos antes, que había quedado para siempre en tal estado.
Por otra parte; la sociedad doméstica debe resentirse mucho de las consecuencias. Los que no llevan sus familias al café las dejan hasta muy tarde de la noche en completa soledad. He visto en los cafés de España muchas madres de familia con sus hijas, sentadas al derredor de mesas donde se sostenían habitualmente las conversaciones mas escabrosas.
Palabra del Dia
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