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Actualizado: 1 de julio de 2025


¡Qué tonterías! gruñó don Mateo. ¡Belinchón y Miranda, que en su vida se metieron en estos asuntos del ayuntamiento ni quisieron ser alcalde, tomarlo ahora con tanto apuro! Las cosas habían cambiado mucho, en efecto. La lucha enconadísima que uno y otro bando sostenían en todos los terrenos donde podían, era más empeñada ahora en la corporación municipal que en ningún sitio.

Dos angelotes de talla dorada sostenían el templete donde estaba de manifiesto el Señor, ceñido por los resplandecientes rayos de la custodia, envuelto en la neblina del incienso y adorado por la muchedumbre. En lo más alto del retablo había un astro de oro, y en su centro un pichón blanco. El altar era todo claridad: la luz del mundo parecía refugiada en la Santa Mesa.

El escribano, D. Jaime y otro de los que allí se hallaban sostenían la causa de los vecinos y se oponían a que se les gravase, alegando que la fábrica aún tenía algunos fondos: el maestro y Celesto defendían la del cura. Al fin terminó éste su plática, y prosiguió la misa. Todos volvieron a sus primitivos puestos.

Las pilastras blancas sostenían una parra vetusta, que daba sombra á tan vasto espacio, y apilados á lo largo de un lienzo de pared, taburetes y mesitas de cinc, en tan prodigiosa cantidad, que parecía haber previsto Copa la invasión de su casa por la vega entera.

Los que culpaban, ya al Príncipe, ya a la nihilista, sostenían la inverosimilitud del suicidio, y para afirmar la existencia de éste, los otros aducían la inverosimilitud y la imposibilidad del delito. El juez Ferpierre estaba atento a todas estas voces para tratar de orientarse hacia el descubrimiento de la verdad.

Sostenían el techo las columnas de vigas talladas, sin base ni capitel, que no se han caído todavía, y que parecen en aquella soledad más imponentes que las montañas que rodean el valle frondoso en que se levanta Mitla.

Sentado junto a ella mientras Zoraida, en el piano, ejecutaba una sonata, interrumpió de pronto la conversación que sostenían sobre un tema trivial, para preguntarle, con una voz humilde, si acaso tenía contra él algún motivo de resentimiento. Adriana le miró con asombro.

Con apariencia de informaciones financieras publicaban en los periódicos artículos en contra suya, llenos de calumnias y de insinuaciones; sostenían contra él una campaña persistente, por medio de carteles y de prospectos; le perseguían por todas partes en automóviles ruidosos; le acechaban detrás de los árboles.

María continuaba con la frente pegada a los cristales, sumida, al parecer, en una de sus largas y frecuentes meditaciones a que ya estaban acostumbrados los de casa, en realidad explorando con ojos ansiosos las sombras que envolvían la plaza de Nieva, sin atender poco ni mucho a la frívola conversación que los amigos de la casa sostenían.

Pero no es él, don Jaime: estoy seguro. Si al Cantó le preguntan, dirá que por darse importancia. Pero era el otro, el Ferrer, le conocí la voz, y Margalida cree lo mismo. A continuación, con gesto grave, habló del necio miedo de las mujeres, que sostenían la necesidad de avisar a la Guardia civil de San José. Usted no hará eso. ¿Verdad, don Jaime, que es un disparate?

Palabra del Dia

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