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Actualizado: 14 de julio de 2025


No tenía mas que hacer una seña ó decir una breve palabra á muchas que, viéndose observadas por el famoso personaje, sonreían dispuestas á seguirle. Pero experimentaba de pronto la antipatía que inspiran las cosas repetidas hasta la saciedad, el vacío de lo que se conoce hasta el cansancio.

Lo que a ti te gusta, condenao: ajito caliente. Y los dos sonreían, aspirando el tufillo de la cazuela, donde acababan de cocerse el pan y el ajo, bien majados. La anciana ponía la mesa, sonriendo a los elogios con que celebraba Rafael sus manos de guisandera.

En cuanto lea el libro ya hablaremos de esos Peli... de esos Pétalos. Que agote usted la edición pronto. Cuando Tristán reprochaba a su amigo que se sirviese de él para burlarse de un compañero, se presentó en la sala un hombre alto, enjuto, pálido, con los bigotes largos y caídos como los de los chinos y unos ojos saltones, resplandecientes, que sonreían al vacío.

Seguían muchas páginas referentes a un período de indecisión, reflexiones escritas sin la sospecha siquiera de que otros ojos que los suyos pudieran leerlas nunca; el alma de Laura asomaba por ellas con toda su gracia interior, como una vestal que descubriera sus hechizos a la luna. Adriana las leía con encanto, sus ojos y sus labios sonreían. Pero pronto le volvió la inquietud.

Luego observó que la marquesa se retiraba hacia un rincón con el padre Ortega y hablaban reservadamente. Sospechó que también él estaba sobre el tapete. El sacerdote le dirigió dos o tres miradas con sus ojos vagos de miope. No se había acercado a Esperancita en todo el tiempo, pero de lejos se miraban y se sonreían. La niña parecía sorprendida de aquella actitud reservada.

Cuando tomaba asiento en la terraza de un café del Borne formábase en torno de él un apretado círculo de oyentes, que sonreían ante sus ademanes enérgicos y su voz ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto. Yo soy chueta, ¿y qué?... ¡Judío de lo más judío!

Aunque algunos inteligentes sonreían escuchándole, no dejó de ser considerado, al cabo, como joven instruido y «de esperanzasUna tarde, Brutandor llamó aparte a Miguel, y llevándole a uno de los rincones del Ateneo, le propuso fundar entre los dos un periódico. Para ello contaba con una persona que facilitaba el dinero, y con la protección del general conde de Ríos, que sería su inspirador.

Un día, hallándose en el jardín de su casa recortando los setos de boj y membrillo, para lo cual, y con objeto de no lastimarse las manos, solía ponerse guantes, vió en el balcón cercano unas cabecitas rubias que le sonreían. Eran los hijos de D. Marcelino, á quienes Octavio, como vecino, no dejaba de conocer muchísimo. Allí no estaban más que los pequeños.

Ellos eran los que las trabajaban, los que las hacían producir, los que dejaban poco á poco la vida sobre sus terrones. Pimentó, hablando con vehemencia de su trabajo, mostraba tal impudor, que algunos sonreían.... Bueno; él no trabajaba mucho, porque era listo y había conocido la farsa de la vida.

¡Vea usted, vea usted! decía sollozando , vea esos hermosos ojos que le sonreían tan tiernamente, esa linda boca que le ha besado tantas veces, esos cabellos tan negros que usted desataba con sus propias manos... ¿Se acuerda de la primera vez que fue usted a la calle del Circo?

Palabra del Dia

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