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Actualizado: 21 de junio de 2025
Mas todo en vano: ni en los dulces sones de la rica armonía, ni en las anchas regiones donde mi pensamiento desvaría, llenas de luz, de amor y de belleza, puedo encontrar alivio á mi tristeza.
El Naranjero se apresuró a ofrecerle una caña, que ella apuró de un tope, como quien la vierte en el estómago. A nuestro lado, en los demás cenadores, se oían también los sones de la guitarra, el choque de las copas y los jipíos de los cantaores y cantaoras, entreverados de blasfemias y frases obscenas.
¡Vamos, muchacho... vamos! ¿Qué aguardas? Y tú Angelina: ¿despertaste a señora Juana para que se quede con Carmen? Sí, señora. Pues vámonos, Rorró, que de aquí a San Antonio ya tenemos que andar. Está lejos, pero allá iremos, repetía que allí hay pisos, y sonajas, y panderos, y música de cuerda que toca sones y piezas alegres, y la misa no es larga.... ¡Cómo que la dice el P. Solís!
Discurría la gente por las aceras en animado movimiento; brillaban los cristales de los escaparates y los de los balcones; cruzaban los carruajes hacia el paseo estremeciendo el pavimento, y despidiendo de sus ruedas vivos y gratos reflejos; un piano mecánico alzaba sus sones en medio de la calle tocando el brindis de Lucrecia; una vendedora de violetas cruzaba con el cestillo en la mano, dejando tras si el ambiente perfumado; escuchábanse las risas de los niños que jugaban en el balcón de un entresuelo; veíase la linda cabecita rubia de una joven que desde otro balcón mucho más alto exploraba la calle, evitando los rayos del sol con la pantalla de su mano nacarada... Todo era grato y placentero; todo palpitaba, todo cantaba, todo resplandecía.
Habia en ella algo mas que el simple sentido de las palabras, cuando el trovador armonizaba su bello lenguage con los sones melodiosos de su arpa; cuando la inspiracion guerrera le suministraba rimas enérgicas, nerviosas y resonantes; cuando espresaba la embriaguez del amor por medio de sonidos tristes y voluptuosos.
Cuando la noche se llega, los rapaces que apacentan el ganado por las colinas bajan al pueblo tañendo silbatos hechos de caña de saúco y las montañas repiten dulcemente sus sones acordados. Las fuentes murmuran, los sapos cantan, la brisa se calla y un manto negro recamado de estrellas se extiende al cabo sobre la campiña feliz.
Pensaban en la posibilidad de un choque en esta atmósfera formida y traidora. Hubiesen preferido la vida estrepitosa de una tempestad. A los rugidos del trasatlántico contestaban, apagados por la distancia y la bruma, los de otros buques. Tal vez estaban próximos. La niebla atenúa los sones.
¡Cuánto sueño de gloria! ¡Cuánta esperanza despiertan en mi mente los acordes de la guitarra! La luna se esparcia sobre la playa, el mar, dormido, con su blando arrullo la acariciaba, y léjos, de la brisa vagando en alas, se escuchaban los sones misteriosos de la guitarra.
Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido en los hermosos árboles de mis bosques nativos, y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tañedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador.
En las mañanas apacibles de primavera y de otoño llegaban de la ciudad los sones apagados de las campanas y el ruido sordo de los coches; pero, en general, un silencio profundo reinaba en torno de la clínica, más profundo que en la aldea próxima, donde se oían los ladridos de los perros y los gritos de los niños. Allí no había ni perros ni niños. La casa estaba rodeada de un alto muro.
Palabra del Dia
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