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Actualizado: 3 de mayo de 2025


La obesa servidora que no se tomó ni aun la molestia de enterarse del nombre del visitante echó a andar delante de él pasillo adentro y abrió la puerta del despacho anunciando la visita con esta sencilla fórmula: Señorito, aquí hay un caballero que pregunta por usted.

Doña Mencía apenas conversaba con más personas que con el Padre Atanasio su capellán, con Nuño, su escudero y maestresala, y con la hija de Nuño, Leonor, que era su íntima servidora y confidenta. Mucho lamentaba doña Mencía, en sus conversaciones con el Padre Atanasio, los escándalos y las civiles contiendas que asolaban el país y tenían a sus hombres de más valer armados unos contra otros.

Madó Antonia, que le había visto nacer servidora respetuosa de las glorias de la familia , movíase desde las ocho en la habitación, para despertarle. Pareciéndole escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal, abrió las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios.

El padre sonrió, orgulloso y turbado por estos elogios. «¡Saluda, atlota! ¿Cómo se dice?...» La hablaba como si fuese una niña, y ella, con los ojos bajos, el rostro coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta de su delantal, murmuró trémula algunas palabras en ibicenco: «No; no soy guapa. Servidora de vuestra mercé...»

«Lo haré, , señor contestó al fin, cuidando luego de buscar inconvenientes al plan del sacerdote . ¿Pero a dónde iré yo que él no venga tras de ? Al último rincón de la tierra ha de ir a buscarme. Porque usted no sabe lo desatinado que está por... esta su servidora».

De aquí que, rabiosa yo, maldijese de la marquesa, y ciega con mis celos me la figurase un monstruo. »Y de aquí, por último, que olvidando y echando a rodar todas mis penitencias, mis cilicios, ayunos y disciplina, me entregase yo de nuevo al demonio, cuya esclava y servidora había sido durante mucho tiempo.

El fuego chisporroteaba alegremente; la cena humeaba; una vieja servidora narraba después la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre. La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza.

También él sentíase unido por un afecto tradicional al barrio donde se había deslizado su mísera niñez. Gustaba de deslumbrar a las mismas gentes que habían tenido a su madre por servidora, y dar un puñado de pesetas en momentos de apuro a los que llevaban zapatos a su padre o le entregaban a él un mendrugo en los días penosos.

Jaime miró con tristeza a la servidora, que permanecía erguida ante él.

¿Quiénes eran aquellas mujeres?... Rafael conocía toda la ciudad y jamás las había visto. La que estaba cerca de él, era indudablemente una servidora de la otra; la doncella, la acompañante. Vestía de negro, con cierta gracia sencilla, como una de esas soubrettes francesas que él había visto en las novelas ilustradas.

Palabra del Dia

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