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Estas palabras, lejos de tranquilizar a la señora Princetot, parecieron aumentar todavía su espanto; había de nuevo juntado sus manos y se las retorcía nerviosamente. Al mismo tiempo, vio Delaberge que las lágrimas humedecían los ojos de la hostelera. ¿Qué tiene usted? continuó. Diríase que mis palabras le causan pena... Sentiría con toda el alma que involuntariamente...

A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza.

Recuerdo que un dia cierto baron ó conde muy estimable, me invitaba á dejarme presentar en Palacio para conocer la Corte de cerca y besar la mano á la reina. Le contesté riendo: «Señor mio, no tengo inconveniente en besarle la mano á una dama; por galantería; pero cuando la dama fuese reina, me sentiría humillado en mi altivez de republicano.

Hoy se pagan los barcos como si fuesen de oro. Ulises levantó los hombros. No pensaba en el dinero: ¿de qué podía servirle?... El resto de su vida deseaba pasarlo en el mar, dando ayuda á los enemigos de sus enemigos. Tenía una venganza que cumplir; viviendo en tierra abandonaba esta venganza y sentiría con más intensidad el recuerdo de su hijo. El segundo calló unos instantes.

El casamiento de don Paco con Juanita le parecía aún mayor monstruosidad. Acaso en un principio Juanita gustaría de don Paco, pero pronto sentiría la desproporción de edad, porque la de don Paco era triple que la de ella, de suerte que don Andrés preveía y deploraba proféticamente que Juanita acabaría por poner en ridículo al ilustre secretario del Ayuntamiento y por hacerle muy desgraciado.

Lo cierto es que cuanto más espléndido me muestre, más claro verá ella el propósito de romper, y aquí de lo que se trata es de cortar por lo sano... Bien pesado y medido todo, puede que los mil duros sean su perdición... si se los gasta en trapos y se echa a rodar por esos mundos de Dios. Lo sentiría porque la pobre no lo merece. ¿Y a qué me importa?

Juan de Pareja esclavo, como se ha dicho, de Velázquez, tuvo desde mozo afición a la pintura y la trabajó en secreto. Un día, sabiendo que el Rey había de ir al estudio de su amo, colocó vuelto contra la pared un cuadro que a escondidas había pintado, esperanzado con que el monarca sentiría curiosidad de examinarlo. Sucedieron las cosas como pensaba.

En un principio le decía en voz baja tenía de tiempo en tiempo como el presentimiento de que vos podríais tomar la forma de mi oro; porque adondequiera que volviera la cabeza me parecía ver mi tesoro, y pensaba que me sentiría feliz si pudiera tocarlo y convencerme de que había vuelto. Pero esto no duró.

Asi es que trataba de disuadirla de la idea de marcharse, poniéndola por pretesto el hallarse sumamente delicada su salud, y tambiem el encontrarse su padre celebrando Córtes en Aragon, el cual adorándola tan entrañablemente, sentiria muchísimo el que se hubiera tomado esta determinacion sin su consentimiento.

Díjela que aún se sentiría mucho mejor si descargaba la imaginación del peso de sus tristes pensamientos, comunicándolos conmigo; que las penas calladas ahondaban demasiado en el corazón, y mucho más en el suyo, que las sentía por primera vez... ¡El mismo gesto de repugnancia! ¡La misma resistencia muda!