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Nunca se vio una noche más hermosa; innumerables estrellas brillaban en el cielo azul obscuro; en la parte baja de la ladera, donde se había enterrado a tantos héroes, los brezos se estremecían movidos por el viento. Todos se sentían felices y enternecidos.

También Cesarina está muy triste, pero bien penetrada de su deber; teme, dice, que si fuerza por misma las repugnancias, el descontento de aquellos de quienes nosotros dependemos recaiga sobre . ¡Lástima grande que así se rompan las esperanzas de dos almas puras que sentían una hacia la otra cierta inclinación natural, por cierto bien inocente!

Los Capitanes y la demás gente de lustre aunque disimulaban, y en lo exterior se dejaban engañar, sentian mal de esta partida, y creyeron que más habia nacido de los recelos de Andronico, que de los movimientos de Bulgaria.

Por la mañana saliendo de su despacho se encontró en el corredor con ella. Estaba pálida. Se acercó a él y cayó en sus brazos. Tristán la estrechó contra su pecho. Lloraron en silencio largo rato. Ambos sentían que su felicidad estaba rota, que algo siniestro se cernía sobre ellos y que no les dejaría hasta secar el amor en su corazón.

Sentían un ansia de novedad, de verlo todo de una vez, como descubridores que acabasen de abordar a una tierra desconocida. Disponían de poco tiempo. Junto a la escala, el mayordomo y los camareros repetían a los fugitivos que el buque iba a partir a las doce en punto: ni un minuto de retraso. Ojeda se vio solo en el muelle. Casi todos los pasajeros estaban ya en la Avenida.

Los residentes en América sentían los primeros asaltos de la inquietud. ¿Qué malas noticias saldrían a recibirles? ¿Cómo iban a encontrar los negocios después de su ausencia?... Los que iban a las tierras nuevas por primera vez sufrían la angustia de la incertidumbre, la duda del que va a arrostrar una prueba decisiva.

¡Oh! ¡Gracias! ¡gracias, Antoñita! Merced a usted mi partida será, si no menos triste, por lo menos más tranquila. La comida acabó sin que entre aquellas tres personas que tan oprimidos sentían sus corazones se pronunciase una palabra más. La emoción que embargaba sus almas hacía enmudecer sus labios.

Ya ves, tiene ahí a la hija del jorobado. Querrá lucirse. Era especie muy acreditada en la villa que D. Narciso y la niña de Osuna sentían una mutua inclinación, aunque sólo los espíritus heterodoxos y maleantes se atrevían a decirlo en alta voz. D. Narciso era, en verdad, mucho más dado a vivir entre el sexo débil que entre el fuerte.

Además, tenía el proyecto así que su compañero desapareciese de llevar á vivir con él á ciertas amigas que vagaban en busca de una comida problemática y sentían miedo en la soledad de sus domicilios. El peligro aproxima á las buenas gentes y añade un nuevo atractivo á los placeres de la comunidad.

Profunda cuestión es ésta. Yo no quisiera entrar en ella, pero se me pone por delante a pesar mío. Yo veo desde luego que en las antiguas edades sentían los hombres del Mediodía y celebraban, por lo menos con igual entusiasmo que hoy los del Norte, la vuelta de la primavera. Atis resucitado, Osiris resucitado y Adonis resucitado lo atestiguan.