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Actualizado: 1 de julio de 2025
Por un instante, su fatuidad se rebeló de lo poco que lo sentían. Sin embargo, pronto volvió a sus sentimientos prácticos y agradeció a María Teresa el haber sabido comprender sus intenciones. ¡Qué inteligente, fina, llena de tacto y espiritual era aquella María Teresa! Lástima grande perderla. Pero consideró que se enternecía inútilmente.
Las tías sentían un vago remordimiento por la compra del caserón. Comprendían que valía más, mucho más de lo que habían pagado por él, abusando de la situación apurada de don Carlos, que además era un aturdido en materia de intereses. ¡
De allí a poco doña Inés comenzó a mejorar, recobró la salud y fue de nuevo durante algunos años alivio de pobres y consuelo de tristes. Los dos hermanos procuraron desde entonces no hallarse frente a frente. Cada uno de ellos era poseedor del secreto del otro y ambos se sentían avergonzados por aquel pasajero desfallecimiento que a nadie confesaron.
Sentían cierto orgullo al estar próximas a una de aquellas señoritas que sólo habían visto de lejos, asomadas a los balconajes del castillo central.
Ansiosos de combatir se sentían todos, y particularmente los ya libres forzados, a quienes aguijoneaba el rencor e impulsaba el deseo de curar con la sangre de los corsarios las llagas y los verdugones que la penca del cómitre había hecho en sus espaldas desnudas. Atacados los corsarios por todas partes, no pudieron resistir.
Los puritanos la miraban y si se sonreían; mas no por eso se sentían menos inclinados á creer que la niña era el vástago de un espíritu malo, á juzgar por el encanto indescriptible de belleza y excentricidad que brillaba en todo su cuerpecito y se manifestaba en su actividad.
El viento la empujaba velozmente; pero los deseos de llegar a los primeros islotes del estrecho de Torres o de ver las playas australianas, que sentían vivamente los náufragos, habían hasta entonces resultado fallidos: no se veía sombra siquiera de tierra todo en redondo del horizonte.
Después, ¡qué recuerdos tan penosos! A las tres las obsesionaba la enfermedad del caballo, como si éste fuese de la familia. Estaban arrepentidas de haber salido de casa; sentían la falsa esperanza de los que se interesan por un enfermo y creen que permaneciendo a su lado aceleran la curación.
Tellagorri era flaco, Pichía gordo; Tellagorri vestía de obscuro, Pichía, quizá para poner más en evidencia su volumen, de claro; Tellagorri pasaba por pobre, Pichía era rico; Tellagorri era liberal, Pichía carlista; Tellagorri no pisaba la iglesia, Pichía estaba siempre en ella, pero a pesar de tantas divergencias Tellagorri y Pichía se sentían almas gemelas que fraternizaban ante un vaso de buen vino.
No hacía tres cuartos de hora que en el jardín del cura la joven americana y el joven oficial, se habían dirigido la palabra por primera vez, y los dos se sentían alegres, tenían plena confianza mutua, casi como camaradas. Os decía, señor cura continuó Bettina, que ayer fue el santo de mi hermana, su cumpleaños.
Palabra del Dia
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