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Actualizado: 8 de junio de 2025


Al llegar aquí, volvíme casualmente hacia el Duque de Cantarranas: estaba pálido de emoción, una lágrima se asomaba á sus ojos verdes, semejando viajera gota de rocío que se detiene á reposar en el cáliz de una lechuga. Sentíame yo confundido, anonadado ante la pasmosa inventiva, la originalidad, el ingenio de aquella mujer, junto á quien las Safos y Staëlas eran literatas de tres al cuarto.

Sentíame encerrado entre ambos muros; había dejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban detrás de mi enemigos y amigos falsos. Por vez primera después de mucho tiempo, experimenté un movimiento de verdadera alegría. Mi paso se hizo más rápido, mi mirada adquirió mayor seguridad. Me detuve para respirar con mayor voluptuosidad el aire puro que bajaba de la montaña.

Pues a esta sensación perturbadora añadíase al presente una inquietud vaga, no exenta de voluptuosidad, que me apretaba la garganta y me producía un cosquilleo grato. Pensaba en los ojos de la hermana San Sulpicio. Y como si el tren, con su marcha pujante y vertiginosa, me dotase del poder que me faltaba para hacerla mía, sentíame feliz hasta llorar.

Libres eran mis pasos, y sentíame no obstante más prisionero que en la montaña. Cualquier árbol, cualquier arbusto bastaban á ocultarme el horizonte: todos los caminos estaban cerrados en ambas partes por setos ó vallas. Al alejarme de los amados montes, que parecían huir lejos de , miraba á veces hacia atrás para contemplar sus curvas empequeñecidas.

Pasé la noche en revolver trazas; unas veces me determinaba a rogárselo por Jesucristo, y considerando lo que le pasó con ellos vivo, no me atrevía. Mil veces me quiso desatar, pero sentíame luego y levantábase a visitarme los nudos, que más velaba él en cómo forjaría el embuste que yo en mi provecho.

Bajaba, pues, hacia el pueblo aquella inolvidable mañana de un día de los últimos de agosto, recapitulando lo más sustancial y práctico de lo muchísimo que había cavilado por la noche; contemplaba por última vez, con los ojos de la imaginación, el panorama de mi pasada vida y mi probable paradero con los rumbos adoptados en ella, examinaba después el cuadro de sucesos e impresiones que me había traído últimamente a aquellas tan peregrinas andanzas; empeñábame de nuevo en distinguir lo principal de lo accesorio, las causas de los efectos, en el complejo montón de ideas e impresiones que me llenaba la cabeza y el corazón; sentíame unas veces enardecido y valeroso, y otras un poquito menos, pero nunca arrepentido ni desalentado...

»Muy en breve el maestro no tuvo nada que enseñar a su discípulo, que era ya su compañero de estudio. Por mi parte, no podía seguirlos ni llegar a su altura; pero sentíame orgullosa de saber apreciar lo que valían. »Sus conversaciones eran dulces y amenas: en ellas dejaban ver sus nobles y puros sentimientos; tenían elocuencia fácil, sencilla y persuasiva.

Hay todavía en un desborde de vida, del que he podido tomar mi parte, pero al fin, estoy saciado... Saciado hasta el extremo. Sentíame como sumergido en el fango... En una palabra, ansío un ideal elevado y aun austero, y lo encuentro en el sentimiento que experimento por vos; y este sentimiento, que es el amor, mucho me lo temo, es también una religión.

La vista del paisaje, que, por lo variado y recogido, parecía un gran lienzo panorámico, me infundía siempre un sentimiento de bienestar, cierta deliciosa plenitud de vida, que solo las grandes ciudades meridionales poseen y saben transmitir al alma. Mas ahora sentíame triste y solo.

Esta habíase vuelto completamente buena y me juraba que tomaría el tren del día siguiente para tornar al redil; yo sentíame feliz y orgulloso de haber realizado una buena acción; cierto que estaba a medios pelos y que consideraba al universo con indulgencia. Notaba en una imprevista juventud. He de advertirle que no fuí nunca joven.

Palabra del Dia

lanterna

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