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Actualizado: 19 de mayo de 2025


El libro irá dedicado a Su Majestad el rey; no necesito decirle más. Una dedicatoria sencilla, pero hermosa, que usted tendrá la bondad de escribir.

Viéndola tan tranquila, cuando yo estaba tan turbado, encontrándola tan perfectamente bella, cuando tantos motivos tenía yo para reconocerme desagradable con mi traje de colegial y mi aspecto de campesino desgalichado, invadía todo mi ser un sentimiento de inferioridad humillante que me llenaba de desconfianzas, transformando la más sencilla familiaridad en sumisión sin dulzura, en ruin servidumbre con asomos de esclavitud.

Una sola idea, tan sencilla como desgarradora, aparecía entre el vértigo de mil ideas secundarias, y se perdía luego en la más caprichosa variedad de diseños que puede concebir la fantasía, para reaparecer al instante transformada. Si en el tono menor estaba aquella idea vestida de tinieblas, ahora en el mayor se presentaba bañada en luz resplandeciente.

El buen anciano, vestido de una sencilla casaca y de un calzón verde, con la cara llena de arrugas y la cabeza calva, escuchaba con los ojos fijos, uniendo las manos y gritando: ¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué tiempos vivimos! No se puede andar por las carreteras sin correr el peligro de ser atacado. ¡Esto es peor que las antiguas historias de los suecos! Y el anciano movía la cabeza.

Estaba convencido en el fondo de su alma de que no conseguiría nada de Carolina. Sin embargo, era tarea dura y difícil ocultar esta convicción a la señora de Ponce, y alentar su sencilla esperanza con aparente optimismo y firmeza.

Además, sin que él quisiera pensar en ello, le halagaba la esperanza de encontrar a menudo en la catedral, en las Conferencias de San Vicente, en el Catecismo, a su amiga, que allí le vería triunfante luciendo su talento, su ciencia y su elegancia natural y sencilla.

Cualquiera puede figurarse la respuesta: feliz el mancebo, si en vez de hacerle esa sencilla pregunta no le ocurre al calavera asirle de las narices a través de la rejilla, diciéndole: Retírese usted; la noche está muy fresca, y puede usted atrapar un constipado. Otra noche llama a deshoras a una puerta. ¿Quién? pregunta de allí a un rato un hombre que sale al balcón medio desnudo.

Pensando la madre en su propia pasajera vanidad, al verse tan bonita, conservó escondido el espejo, recelando que su uso pudiera engreír a la niña. Como no hablaba nunca del espejo, el padre le olvidó del todo. De esta suerte se crió la muchacha tan sencilla y candorosa como había sido su madre, ignorando su propia hermosura, y que la reflejaba el espejo.

Este resultado parece una paradoja extravagante, y lo es segun el modo con que se le entiende; pero si se explica como se debe, puede ser admitido como una verdad, y verdad muy sencilla. Por lo dicho en los párrafos anteriores, se puede columbrar cuál es el sentido de esta opinion; pero la importancia de la materia exige otras aclaraciones.

Si se pensara en los hijos, no se haría nada malo». A lo que la portera responde con esta frase, que resume toda la filosofía sencilla y enorme del drama: «¡Quién sabe! También por ellos se hacen muchas cosas

Palabra del Dia

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