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Actualizado: 26 de octubre de 2025
Mientras el fabricante de conservas expresaba en italiano el dolor de hallarse lejos de su amada, la hija mayor de los señores de la casa seguía conversando en el paraje más retirado de la sala con un joven de fisonomía abierta y simpática, moreno, de ojos negros y bigote naciente.
AZUCENA. En este mismo sitio, donde está esa hoguera. MANRIQUE. ¡Gran Dios! AZUCENA. Yo la seguía de lejos, llorando mucho; como quien llora por una madre. Llevaba yo a mi hijo en los brazos, a ti; mi madre volvió tres veces la cabeza para mirarme bendecirme.
¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué albricias son esas? preguntaron todos picados por la curiosidad. Pero el señor Rafael, sin hacer caso, seguía estrechando entre sus brazos y dando afectuosas palmaditas en la espalda á su sobrino, quien no correspondía en modo alguno á tales demostraciones de cariño, antes procuraba zafarse, mostrando un semblante fruncido que daba miedo.
2 y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar; 3 y todos comieron la misma vianda espiritual; 4 y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la Piedra espiritual que los seguía, y la Piedra era el Cristo. 5 Mas de muchos de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto.
21 Entonces el pueblo de Israel fue dividido en dos partes: la mitad del pueblo seguía a Tibni hijo de Ginat, para hacerlo rey; y la otra mitad seguía a Omri. 22 Mas el pueblo que seguía a Omri, pudo más que el que seguía a Tibni hijo de Ginat; y Tibni murió, y Omri fue rey.
A las dos las quería mucho; pero, como había cuidado a Inesita desde más niña, y como Inesita seguía soltera, tenía con ella mayor familiaridad y confianza. Por extraña alucinación, más frecuente de lo que se piensa, el ama, como si los años hubieran pasado en balde o no hubieran pasado, no veía en Inesita a la mujer ya formada, sino a la niña pequeñuela que había mimado tanto.
Magdalena, que aún seguía con los brazos cruzados, lanzó una intensa mirada a su padre y otra a Amaury. Antonia oraba en voz baja. Entonces comenzó una vela silenciosa y triste.
Sus ocho mil duros se doblarían y triplicarían en muy poco tiempo, y entonces podría pagar las deudas maternales y casarse con Tónica. Pero mientras tanto, que no contase su madre con él. La quería mucho, seguía adorándola con un respeto casi religioso; pero de dinero, ni un ochavo. Todo lo sabía doña Manuela, y por esto colocaba a su hijo al mismo nivel que su hermano. ¡Vaya unos parientes!
La segunda piragua, que se había quedado rezagada, acababa de llegar a la desembocadura del río y trataba de unirse a la otra, que seguía encallada. Aquel refuerzo podía ser fatal para los náufragos, pues aumentaba considerablemente el número de los piratas.
No lo sé, porque un hombre me seguía. ¿Os acompañaba alguien? Sí... sí... señora dijo vacilando Montiño. ¿Quién os acompañaba? Don Francisco de Quevedo. ¡Ah! ¿está don Francisco en la corte? exclamó con precipitación la dama. Creo que, como yo, ha llegado á ella esta noche. Y... ¿sois amigo de don Francisco?...
Palabra del Dia
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