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Marisalada había logrado formar una especie de conspiración en las filas del batallón que señá Rosa capitaneaba. Esta conspiración llegó por fin a estallar un día, tímida y vacilante a los principios, mas después osada y con el cuello erguido; y fue en los términos siguientes: No me gustan las rosas de a libra dijo de repente Marisalada.

Luego, volviéndose a su marido: Pantaleón, nos iremos cuando lo ordenes. Bien, pues vámonos ya respondió el venerable jefe de la familia levantándose de la silla. Los demás le imitaron. La señá Rafaela y Romadonga manifestaron que también se iban. Mario no se atrevió a acompañarlos, aunque bastantes ganas se le pasaron.

Miremos las pródigas fuentes que nos cercan: el Sena que corre á muy poca distancia, los grupos de estatuas que por todas partes vemos, los monumentos, iglesias y palacios que se divisan, los bosques de árboles que nos rodean, el Paris de la izquierda y el Paris de la derecha, los Campos Elíseos que se extienden á nuestros piés, y una vez reunida en un solo golpe de vista tan profusa copia de bellezas, llamemos, que ya es tiempo de hacerlo, hermosa á la plaza de la Concordia.

Sus compañeras trataron de hacerla cantar el para qué la había llamado D. Carlos; pero sólo contestó con evasivas y medias palabras. Suponiendo la Casiana que el señor de Trujillo había tratado con señá Benina el darle los restos de comida de su casa, la trató con miramiento, sin duda por llamarse a la parte.

Aquellos tiempos fueron terribles; la miseria le expulsaba de todas partes; para poder comer, unas veces daba lecciones de griego y de latín, otras escribía biografías en La Europa Artista, ó pasaba las tardes pescando á orillas del Sena...

¿Pero ha visto usted lo que ha hecho hoy? ¡Es horrible! En aquel momento Clementina oyó pasos en el corredor. Sospechando de quién eran fué rápidamente a la puerta, diciendo: Espera un poco: déjame cerrar. Fué bien a tiempo. En aquel instante llegaba Raimundo. La dama puso el dedo en los labios haciéndole seña de que se alejase. Irenita no advirtió nada.

Señá Benina, ¿está usted en sus cabales? En ellos estoy, Teresa Conejo, como lo estaba cuando te presté los mil reales, y te salvé de ir a la cárcel... ¿No te acuerdas? Fue el año y el día del ciclón, que arrancó los árboles del Botánico... habitabas en la calle del Gobernador; yo en la de San Agustín, donde servía... que me acuerdo. Yo la conocí a usted de que comprábamos juntas...

Me dirigió entonces una seña amistosa y me dijo: Gracias, hijo mío. ¿Aplicábase esta frase al apoyo de mi brazo o a mi frase trivial sobre la dicha de Elena? Me quedé en la duda y esta duda me ha turbado.

Beatriz llegó, respondió a su saludo con un ligero movimiento de cabeza, sentóse y púsose a preparar sus colores sin pronunciar una sola palabra; después, haciéndole seña de que se sentara: Señor Fabrice le dijo con voz contenida, dulce y triste ; señor Fabrice, le estoy reconocida... muy reconocida... pero no debo ni quiero engañarle... puedo acordarle mi mano... pero temo que mi corazón desgarrado, marchito, ulcerado por la desgracia, no pueda devolverle todo lo que el de usted le da... Temo que los sinceros sentimientos de estimación y simpatía que experimento hacia usted, no respondan sino imperfectamente a los que tiene a bien consagrarme... Temo también que este paso que da, no sea para usted una desgracia.

Sabía quién era doña Sol, y por un exceso de respeto hacía extensivos a ella los títulos de la familia. La dama, repuesta de su sorpresa, le hizo seña para que se sentase y cubriese; pero él, aunque la obedeció en lo primero, dejó el fieltro en una silla inmediata.