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Reflexionando sobre el ejemplo anterior, se nota que á pesar de la ninguna relacion de seña ni causa, que en tenian los dos hechos, no obstante reconocian en cierto modo un mismo orígen: el sonar la hora de acostarse.

Avanzó la niña hasta el medio del salón, mirando tímidamente a su madrina. Esta le hizo seña de que se acercase al conde. Vaciló el caballero como si estuviese distraído; pero viendo a la criatura plantada delante de él, se apresuró a tomar el vaso y se lo llevó con mano temblorosa a los labios.

Puede que yo lo sepa sin necesidad de que usted me lo diga. Eso usted verá... Si no quiere ir por casa... Iré. Pues, señá Benina, hasta mañana. Señora Juliana, servidora de usted». Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle.

»Me respondió con un simple movimiento de cabeza y yo entonces creía que estaba celoso porque Magdalena, al levantarse del sillón buscó apoyo en mi brazo; pero si así fue pasó aquella impresión con la rapidez del relámpago, pues en el acto nos indicó con una seña que podíamos emprender el paseo. »No nos alejamos mucho.

Mi padre le contestó por medio de una seña, y desde aquel día quedaron sus relaciones establecidas: después fueron éstas, ensanchándose más cada día. Como quiera que mi padre había sido arcabucero de caballería, guardaba en casa una arco con sus flechas correspondientes: recuerdo que en mi infancia jugué muchas veces con ellas.

Así, pues, nadie extrañará, que Antoñita, ya que ella madrugaba más que la pobre Magdalena, contestase cotidianamente desde la ventana por donde pocos meses antes había presenciado la partida del joven y de su tío, al amable saludo de Amaury, saludo siempre acompañado de una seña o de una sonrisa.

Tenga usted la bondad de facilitarme alguna seña.... Color encarnado obscuro... de piel de Rusia... broches plateados.... Basta, basta dijo el fondista, que tomó de un cajón del mostrador la preciosa prenda, entregándola honradamente a su poseedor legítimo.

Véase Clemente Tosius, abad de la Congregacion Sylvestrina, en su obra India oriental, tomo I. Véase Marraccio, obra cit., y la interesante obra titulada Viaggio all'Indie Orientali, etc., del P. Vicente María de Sta. Catalina de Sena, carmelita descalzo. Los sectarios de Alí pretenden que las abluciones deben empezarse por el codo, y los de Omar sostienen que por las puntas de los dedos.

Prepárate, querida dijo acariciando la mejilla de Marta; el médico, nuestro tío, ha llegado. En seguida me hizo una seña y salí detrás de él. Junto a la cuna del recién nacido encontré a un hombre ya viejo, cuya barba gris no había sido afeitada por varios días, la nariz chata y roja y dos ojos vivos e inteligentes que me miraban sonriendo detrás de los brillantes vidrios de sus antiparras.

5 Chico Baturí, y siempre es culpa la desdicha, de D. Antonio de Huerta, D. Jerónimo Cáncer y D. Pedro Rosete. 6 Mejor está que estaba, de D. Pedro Calderón. 7 San Franco de Sena, de D. Agustín Moreto. 8 El Hamete de Toledo, de Belmonte y D. Antonio Martínez. 9 La renegada de Valladolid, de Luis de Belmonte y de D. Antonio Bermúdez. 10 Luis Pérez el Gallego, de D. Pedro Calderón.