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Actualizado: 23 de junio de 2025
Mucho replicó Salvador acabando de leer en la estera . Tanta amistad tenemos, que seguramente lo que Seudoquis no haga por mí no lo hará por nadie. ¡Qué lástima, Santo Cristo de la Vega! ¡qué lástima, Santísima Señora del Sagrario, que no está Navarra en Móstoles o que las leguas no se trocaran en varas!... porque en este caso la distancia nos mata.
Todos los devotos enviaban sus joyas para que las luciese en el paseo la Santísima Macarena. Las mujeres exhibían las manos limpias de adornos en esta noche de religioso dolor, contentas de que la madre de Dios ostentase unas joyas que eran su orgullo. El público las conocía, por verlas todos los años, y llevaba la cuenta, señalando las novedades.
El cacique y los principales quisieron tener la honra de formarla y ponerla en la plaza, no permitiendo que otros más inferiores pusiesen la mano en esta obra; luego, arrodillados todos al rededor de la cruz, la adoraron humildemente, y entre tanto, las mujeres y el resto del pueblo estaba bailando y cantando al son de sus instrumentos, y los cantares eran alabanzas de la Cruz, de la santa ley de Dios y de la Santísima Virgen; ni se acabaron las fiestas aquel día, antes bien las continuaron por muchos días, no sabiendo ponderar el consuelo que tenían, por haber de ser cuanto antes cristianos, y levantado y adorado en su tierra el árbol de nuestra Redención.
¡Era Doña María la madre de los pobres! ¡Nunca hubo puerta de más caridad! ¡Dios Nuestro Señor la llamó para sí y la tiene en el Cielo, al lado de la Virgen Santísima! ¡Era la madre de los pobres! ¿Por qué no camináis en silencio? ¡Era mi madre también, era todo cuanto tenía en el mundo, y no lloro! La voz del viejo linajudo, desmintiendo sus palabras, se rompe en un sollozo.
Pero, señorita Marcelina, no se mate así porfió Julián . Son figuraciones, señorita, figuraciones. Ella le tomó las manos entre las suyas, que ardían. Dígale usted a mi marido que la eche, Julián. ¡Por amor de Dios y su madre santísima! El contacto de aquellas palmas febriles, la súplica, turbaron al capellán de un modo inexplicable, y sin reflexionar exclamó: ¡Tantas veces se lo he dicho!
Mala muerte va usted á tener, condenado de Dios, si no se enmienda.» Y Torquemada arrojó sobre ella una mirada que resultaba enteramente amarilla, por ser en él de este color lo que en los demás humanos ojos es blanco, y le respondió de esta manera: «Yo hago lo que me da mi santísima gana, so mamarracho, vieja más vieja que la Biblia.
Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dos pasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstancias graves, y poniéndose de rodillas exclamó: ¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toitico el mundo! Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece... respondió el Conde con aparente sequedad. ¿Qué mil reales? Pues ¡qué! ¿tú lo conocías?
Amaban la religión, porque éste era un timbre de su nobleza, pero no eran muy devotas; en su corazón el culto principal era el de la clase, y si hubieran sido incompatibles la Visita a la Corte de María y la tertulia de Vegallana, María Santísima, en su inmensa bondad, hubiera perdonado, pero ellas hubieran asistido a la tertulia.
El Pontífice mandó á 3 de agosto de 1617 que en actos públicos ninguno pudiese decir que la Santísima Virgen habia sido concebida con mancha de pecado original, con lo cual cesaron en parte las disputas y escándalos.
Entonces Guillermina, poniéndole una cruz entre las manos, le preguntaba si creía en Dios, si se encomendaba a Dios y a la Santísima Virgen, y a tales y cuales santos del Cielo, y contestaba ella que sí moviendo la cabeza... El Padre Nones estaba de rodillas, reza que te reza.
Palabra del Dia
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