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Actualizado: 29 de noviembre de 2025
Así trascurrían los meses y se acercaba el aniversario de la muerte del pobre Gabriel cuando las amigas íntimas de Emilia comenzaron a importunarla con avisos y advertencias que la sacaban de sus casillas.
Los proyectiles sacaban de sus fosas á los muertos enterrados la víspera. Los que no habían caído siguieron tirando por las aberturas del muro. Luego se levantaron con precipitación.
Cuando volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres que la llevaban siempre en la cabeza; éstos eran unos hombres soberbios y ridículos que querían saberlo todo. Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por capricho o para que no se enmoheciese.
Alguna vez sacaban de la plaza a uno de los «diestros» entre cuatro compañeros, pálido con una blancura de papel, los ojos vidriosos, la cabeza caída, el pecho como un fuelle roto. Acudía el albéitar, tranquilizando a todos al no ver sangre. Era una conmoción sufrida por el muchacho al ser despedido a algunos metros de distancia, cayendo al suelo como un talego de ropa.
Por las calles se les encontraba borrachos, llenos de inmundicia y revolcándose en el lodo, engullendo vorazmente la comida que sacaban a viva fuerza de las casas. Los generales franceses, avergonzados de tanta bajeza, querían someterlos a palos; pero fué preciso emplear mucho rigor, y algunos hubieron de ser fusilados para que entraran en razón los demás.
No habló al aire aquel sabio caballero don Agustín de Arce, cuando dijo se perdía inútilmente el tiempo y el trabajo con aquella gente, y ahora lo tocaron con las manos los Misioneros, á los cuales amaban aquellos bárbaros solo por lo que sacaban de su pobreza.
En la sala donde estaba la máquina, tenía Bou su mesa de trabajo, y en esta la piedra en que dibujaba, puesta sobre un disco de madera giratorio, con cuyo mecanismo él le daba vueltas como si fuera un papel. A poca distancia veíase la prensa de mano donde se sacaban las pruebas y se hacían los reportes.
De algún tiempo acá, Paquito de Asís andaba con unas enredosas monsergas del yo, el no yo, el otro y el de más allá, que sacaban de quicio al buen D. Francisco. Este le dijo, en resumidas cuentas, que si no echaba de su cabeza aquellas filosofías, le iba a quitar de la Universidad y a ponerle de hortera en una tienda. Trascurrió toda la mañana, y cansados de esperar a Rosalía, almorzaron.
Las mujeres, sofocadas por la aglomeración, empujadas y golpeadas por el vaivén, rompían a llorar con la vista fija en el santo, agitadas por un sollozo histérico. ¡Ay, pare San Bernat! ¡Pare San Bernat, salveumos! Otras sacaban chiquillos de entre los pliegues de sus faldas, y levantándoles sobre sus cabezas, buscaban los brazos de los dos poderosos atletas. ¡Agárralo! ¡Qu' el bese!
Zaldumbide contaba con Tommy, que era el gracioso. Se sacaban cincuenta negros, se les ponía en círculo, y Tommy hacía saltar a Mari-Zancos, vestida de rojo, y a nuestro perro le hacía pasar por un aro.
Palabra del Dia
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