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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Tellagorri era un sabio, nadie conocía la comarca como él, nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejo cínico.
Se sentaba en su bufete; se colocaba delante el libro en blanco, donde iba vertiendo sus ideas conforme se le ocurrían, salvo el ponerlas más tarde en orden según un plan sabio y bien meditado; tomaba la pluma por último; pero todo era en balde. No se presentaba nada claro y concreto que decir.
Si era serio y melancólico, es porque iba para sabio, y en el casino del partido les decía a los correligionarios: Ya veréis lo que es bueno, así que Rafaelito sea hombre. Ese va a ser un Cánovas.
Vió la estancia, vió á sus cuñados que tenían el segundo hijo. «Le pondré el nombre de Bismarck», decía Karl. Luego, remontando muchos escalones, se veía en Berlín durante su visita á los Hartrott. Hablaban con orgullo de Otto, casi tan sabio como el hermano mayor, pero que aplicaba su talento á la guerra.
Buenos Aires confesaba y creía todo lo que el mundo sabio de Europa creía y confesaba. Sólo después de la revolución de 1830 en Francia, y de sus resultados incompletos, las ciencias sociales toman nueva dirección y se comienzan a desvanecer las ilusiones.
Debe Vd. saber, señor, que esa mujer fué la esposa de un cierto sabio, inglés de nacimiento, pero que había habitado mucho tiempo en Amsterdam, de donde hace años pensó venir á fijar su suerte entre nosotros aquí en Massachusetts. Con este objeto envió primeramente á su esposa, quedándose él en Europa mientras arreglaba ciertos asuntos.
Para el sencillo creyente, cuando el Santo sabio pensaba y creía de tal manera, no habrá motivo para rechazar su explicación, mucho menos sospechar siquiera que lo de castigar justos con pecadores no es obra de justicia ni siquiera de sentido común. Ausencia de lógica
Luego, como si creyera que el instante acechado a través de tantos días acababa de presentarse, descendió de la alcoba, cogió de encima de un taburete rojiza caja de marfil, y habiendo sacado de su interior un librejo centenario, prorrumpió: Todo se cambia, es cierto; y acaso verná un día venidero en que me darás al verdugo tú; pero en aqueste libro, que fizo el sabio Abentofail, se enseña la dicha que no muda sino para crecer.
Me arredra el temor de extraviarme, y la conciencia de mi poquísimo saber en Economía Política, ciencia que, al cabo, después de mucho cavilar, han venido todos los autores a coincidir con Aristóteles en que trata del dinero, o, en general, de la riqueza, por donde la llama Crematística el sabio de Estagira. Y es mayor infortunio aún que el de mi propia ignorancia, el de que,
-Dígame, señor bachiller -dijo a esta sazón Sancho-: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses, cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo? -No se le quedó nada -respondió Sansón- al sabio en el tintero: todo lo dice y todo lo apunta, hasta lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.
Palabra del Dia
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