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Actualizado: 5 de junio de 2025


Únicamente en las quebradas secas crecían ciertos cactos del tamaño de un hombre, rectos como columnas espinosas. Estos cactos, vistos de lejos, daban la impresión de filas de soldados que descendían por las laderas en orden abierto. Rosalindo, en las primeras jornadas, encontró las chozas de algunos solitarios del Despoblado.

Pero una huelga seguida de incendios y saqueos fué sofocada inmediatamente por los soldados chilenos con abundante empleo de ametralladoras, lo que devolvió la prudencia á Rosalindo y á la mayoría de sus camaradas. Cuando llevaba ocho meses trabajando, experimentó una gran alegría al encontrarse con un hombre de su país que deseaba regresar á Salta.

Escuchaba con impaciencia los detalles facilitados por Rosalindo, al que llamaba siempre «el cuyano», apodo que los chilenos dan á los argentinos.

Algunos llevaban hasta cuatro velas encendidas entre los dedos de cada mano, cumpliendo así los encargos de los devotos ausentes. Rosalindo figuraba entre ellos, y un amigo que iba á su lado era portador de los seis cirios restantes. Los dos, por ser jóvenes, procuraban marchar entre las devotas de mejor aspecto. Ovejero no había dudado un momento en cumplir fielmente los encargos recibidos.

Rosalindo lamentó que Valparaíso no estuviese más cerca, para interrumpir las cuecas cantadas por el viejo con una puñalada igual á la que le había hecho huir de Salta.... El sacrificio de los ciento cincuenta pesos resultaba inútil, y la difunta vendría á turbar de nuevo sus noches con aquella presencia muda que parecía absorber su fuerza vital, dejándole al día siguiente anonadado por una dolencia inexplicable.

Sin duda permanecía junto á la tumba todo el año, por ser este el lugar más frecuentado en la soledad del desierto, resultándole fácil el nutrirse con los despojos de las caravanas ó el sorprender á un hombre ó á una bestia de carga en momentos de descuido. Al quedar lejos no quiso Rosalindo hostilizarle por segunda vez. Veía en él á un guardián de la tumba.

Los punteados románticos del arpa tuvieron la virtud de crispar los nervios de Rosalindo, agriándole la bebida que llevaba en el cuerpo.

Y como en las noches anteriores, los durmientes se despertaron lanzando juramentos; mas á pesar de sus protestas, Rosalindo siguió viendo á la «Viuda del farolito» y su terrible luz. ¡Ahí! ¡ahí! gritaba despavorido, señalando al invisible fantasma.

El puma se había ido aproximando con un gruñido hipócrita, como si esperase verle de espaldas para caer sobre él. Rosalindo se inclinó, enviándole otro peñascazo que le hizo huir por segunda vez de aquella tumba que consideraba como su guarida. Continuó el gaucho su marcha. Al día siguiente vió unos guanacos salvajes que corrían por el límite del horizonte.

Tampoco despertaba á sus camaradas durante la noche con los monólogos de un ensueño violento. Transcurrió un mes sin que regresase el viejo. Rosalindo no se alarmó por esta tardanza.

Palabra del Dia

rigoleto

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