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Actualizado: 29 de junio de 2025


La parte contraria tampoco tuvo nada que decir. Cuando llegaron a la meseta, lugar del duelo, don Víctor y los suyos encontraron solo el terreno. Quince minutos después aparecieron entre los árboles desnudos don Álvaro y sus padrinos, más el señor don Robustiano Somoza. Mesía estaba hermoso con su palidez mate, y su traje negro cerrado, elegante y pulquérrimo.

, señor interrumpió la marquesa de Vegallana, que no toleraba los discursos de Glocester ; señor, su madre era una perdida, corriente; pero la chica se presenta bien, según dicen sus tías; es muy dócil y muy callada. Ya lo creo que calla; como que no puede hablar aún de pura debilidad. Esto lo dijo el médico de la aristocracia, don Robustiano, que asistía a Anita.

Además, así no se podía conocer su verdadero carácter. Aquella sumisión absoluta podía ser efecto de la enfermedad. Don Robustiano dijo que eso era. Una tarde, tal vez creyendo que dormía la sobrinilla o sin recordar que estaba cerca, en el gabinete contiguo a su alcoba hablaron las dos hermanas de un asunto muy importante. Estoy temblando, ¿a qué no sabes por qué? decía doña Anuncia.

Otros días, al salir de aquella casa había gozado el placer fuerte, picante, del orgullo satisfecho; el dominio de las almas, que allí ejercía en absoluto, le daba al amor propio una dulce complacencia.... Pero ahora, nada de eso. No salía contento. Había procurado abreviar la visita suprimiendo palabras en sus piadosas arengas. «Aquel idiota de don Robustiano le había puesto de mal humor.

Paco estaba entre Edelmira y Visitación; la Regenta entre Ripamilán y don Álvaro; Obdulia entre el Magistral y Joaquín Orgaz, don Saturnino Bermúdez entre doña Petronila y el capellán de los Vegallana. Don Víctor tenía a su izquierda a don Robustiano Somoza, el rozagante médico de la nobleza, que comía con la servilleta sujeta al cuello con un gracioso nudo.

Le he dicho la verdad, toda la verdad; y, es claro, ahora que la cosa no tiene remedio, se desespera.... Es decir, remedio... yo creo que ... pero estas ideas exageradas que... en fin, a usted se le puede hablar con franqueza, porque es una persona ilustrada. ¿Qué hay, don Robustiano? ¿Viene usted de las Salesas? , señor; de aquella pocilga vengo. ¿Cómo está Rosita?

¡En el columpio! ¡en el columpio! dijo el médico don Robustiano.

Don Robustiano Somoza, en cuanto asomaba Marzo, atribuía las enfermedades de sus clientes a la Primavera médica, de la que no tenía muy claro concepto; pero como su misión principal era consolar a los afligidos y solía satisfacerles esta explicación climatológica, el médico buen mozo no pensaba en buscar otra.

Si a no se me engaña continuó ; si yo conozco bien esta comedia. ¿No ve usted, señor mío, que yo las he visto nacer a todas ellas, que las he visto crecer, que he seguido paso a paso todas las vicisitudes de su existencia? Verá usted el sistema. Don Robustiano se sentó, y prosiguió diciendo: Hasta que tienen quince o dieciséis años las hijas de mis primos no ven el mundo.

Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil. Era muy blanco y fino el cutis, que una emoción cualquiera teñía de color de rosa. Por consejo de don Robustiano, el médico, De Pas hacía gimnasia con pesos de muchas libras; era un Hércules.

Palabra del Dia

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