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Por lo demás, estaba él orgulloso de su categoría de atorrante: no tenía casa y no pagaba alquileres; no tenía criados y no le robaban y vendían; no tenía suegra, ni mujer, ni hijos, que le quemaran la sangre; ni negocios, que le preocuparan; ni amigos, que le engañaran; sobre él no pesaban impuestos ni carga alguna.

Lúgubres visiones le robaban el sueño, y los pormenores del suplicio se reproducían en su memoria, suscitados por la tiniebla y el silencio. Era hermoso morir con aquella valentía. Sin embargo, en caso semejante, él hubiera hablado a la muchedumbre. Inventaba entonces en su cabeza discursos extraordinarios.

"Dos meses anduvimos por el mar sin que nos sucediese cosa de consideración alguna, puesto que le escombramos de más de sesenta navíos de cosarios que, por serlo verdaderos, adjudicamos sus robos a nuestro navío y le llenamos de innumerables despojos, con que mis compañeros iban alegres, y no les pesaba de haber trocado el oficio de pescadores en el de piratas, porque ellos no eran ladrones sino de ladrones, ni robaban sino lo robado.

Con todo no se podia zafar de los halagos de su magestad, porque debemos confesar que era uno de los mas cumplidos príncipes del Asia Nabuzan, rey de Serendib, hijo de Nuzanah, hijo de Nabuzan, hijo de Sambusna; y era difícil que á quien le trataba, de cerca no le prendase. Sin cesar elogiaban, engañaban y robaban á este buen príncipe; y cada qual metia la mano como á porfía en el erario.

Luego, las gentes de la dehesa le traían escamado, pues al hacer carbón, seguramente robaban al señorito... En fin, que en Matanzuela no se paraba un momento, y sólo después de media noche, cuando en la gañanía habían apagado la luz los que allí quedaban, se había decidido a emprender el galope.

Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas. MÁXIMO. Me servían detestablemente, me robaban... Estoy solo con el ordenanza y la niñera. EVARISTA. Vente a comer aquí. MÁXIMO. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa. EVARISTA. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero.

En el fondo del patio se había establecido un sillero que hacía fondos de junco y tenía montones de ellos arrimados a la pared, los unos teñidos de rojo y puestos a secar, los otros sin teñir, cortados y apilados. Eran enemigos jurados de este industrial los chavales de la vecindad, que bonitamente le robaban los juncos para sus juegos y diabluras.