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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Ningún vecino había que, al tropezarle por los caminos, no le preguntase si tenía más ganas de comer. El apetito de Andrés fue por una temporada la cuestión palpitante en Riofrío.
La mañana era espléndida y fresca. El sol, que relucía vivo y hermoso en el azul del cielo, no bastaba a templar la brisa fina que llegaba de las montañas, donde algún día que otro comenzaba ya a cuajar la nieve. El valle de Marín era más estrecho que el de Riofrío, pero no menos risueño y ameno.
La voz del seminarista, entonando sin cesar sus groseras anacreónticas, resonaba formidablemente entre las peñas. Andrés callaba ya como un mudo. Se hallaba sobrecogido de respeto y emoción ante aquella vigorosa naturaleza, que no había visto más que en los paisajes al óleo o a la aguada. ¿Estamos muy lejos de Riofrío, amigo? No, señor; ya hemos entrado en el concejo de las Brañas.
Al cabo tropezó con dos paisanos de Riofrío, y entró debajo de un hórreo con ellos a beber una copa. Cuando le pareció que Rosa y Máxima tenían ya tiempo para estar de vuelta, despidiose y se dirigió a casa de la tía Eugenia. Recibiole ésta, que ya estaba en el secreto, con la satisfacción hipócrita y el servilismo que despliega la gente del campo ante los señores.
Había yo rematado un lote de leñas y otro de hierbas en Riofrío; y como ocurrieran informalidades graves en la adjudicación, tuve ciertos dimes y diretes con un administradorcillo de la Casa Real, de donde me vino el peligro de un pleito. Ya empezaba a sentir las pesadas caricias del procurador, cuando resolví matar la cuestión en su origen.
Poco después que cantara el gallo por vez primera, se personó el cura de Riofrío en el cuarto de su sobrino, voceando ya como si fuesen las doce del día. Abrió la ventana con estrépito, y los rayos fríos, pero hermosos, del sol matinal dieron en el rostro de nuestro joven, que los acogió con una mueca nada estética. Vamos, gran dormilón, arriba: ¡arriba, hombre, arriba!
El cura de Riofrío, al poner estas órdenes en boca de Cabrera, imitaba la voz y los ademanes imperiosos de un general en jefe; señalaba con el dedo los diversos rincones de la sala, cual si realmente estuviesen escondidos en ellos batallones, regimientos y brigadas.
Echó pie a tierra, se despidió afectuosamente de Celesto, y abrazado de su tío y escoltado por el ama, subió la tortuosa escalera de la rectoral. El cura de Riofrío frisaba en los sesenta años.
Pero en aquel momento un joven alto, de nariz abultada y bermeja, vestido decentemente con pantalón y chaqueta negros, bufanda al cuello, negra también, y ancho sombrero de paño, también negro, los abocó, preguntando al viajero: ¿Sería usted, por casualidad, el sobrino del señor cura de Riofrío? Servidor.
Manchando de blanco el verde oscuro de las colinas, aparecían sembrados, o mejor, colgados sobre el valle algunos caseríos. En lo más hondo se percibía uno mayor que los otros, descansando entre el follaje de una vegetación soberbia. Aquél debe de ser Riofrío se dijo Andrés poniéndose la mano por encima de los ojos, a guisa de pantalla, para examinarle con más comodidad.
Palabra del Dia
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