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Actualizado: 1 de junio de 2025


Máximo Juncal, el médico, recién salido de las aulas compostelanas, soltó varias puntadas sobre política, y también malignas pullas referentes al grave escándalo que a la sazón traía muy preocupados a los revolucionarios de provincia: Sor Patrocinio, sus manejos, su influencia en Palacio.

A sus oídos llegaba muy aumentado el ruido de los excesos revolucionarios y de las impiedades diariamente vertidas por las hojas periódicas de la capital, aunque ella jamás osaba leerlas.

Nadie sabía servir a los amigos con tanta eficacia como Pez, de donde le vino la opinión de buena persona. Nadie como él sabía agradar a todos, y aun entre los revolucionarios tenía muchos devotos. Su carácter salía sin estorbo a su cara simpática, sin arrugas, admirablemente conservada, como ciertas caras inglesas curtidas por el aire libre y el ejercicio.

Cuantos iban á tratar sobre asuntos tan delicados con la reina, salian sumamente descontentos por no obtener nunca una contestacion digna de aplacar los ánimos de los revolucionarios.

El hecho de que los revolucionarios no retrocedieran ante el hierro y el fuego cuando tenían que trabajar en la consecución de su ideal, ¿había de hacer que se les creyera capaces de un delito común? ¿No había entre las dos cosas una enorme distancia, y los más feroces sectarios no suelen ser, en la vida privada, personas de escrupulosa honradez y buenos hasta la ingenuidad?

Cuando en América llevábamos cañones y fusiles á los revolucionarios, no nos preocupaba el uso que pudieran hacer de ellos. Tòni insistió en su negativa. No es lo mismo... No explicarme; pero no es lo mismo. Al cañón le puede contestar otro cañón. El que pega también recibe golpes... Pero ayudar á los submarinos es otra cosa. Atacan ocultos, sin peligro... y á no me gustan las traidorías.

¡El Hombre-Montaña se ha escapado!... ¡El gigante se marcha de la capital!... Y todos, al oir esto, pensaban lo mismo. El coloso era hombre, y por solidaridad de sexo iba indudablemente á unirse con los revolucionarios. Los pesimistas levantaban las manos hacia el cielo, exclamando: ¡Sólo nos faltaba esta nueva calamidad!...

Cuando se recuerdan los días preliminares del conflicto, se comprende que todo el que pensara, ya exaltado por la pasión patriótica o sin esa exaltación y contemplando el espectáculo desde fuera, en que Cuba iba a luchar contra España, en que una revolución no bien organizada iba a lanzar el guante a un Estado organizado y con recursos, no podría nunca concebir que los revolucionarios aspiraran a un éxito militar decisivo y rápido.

Allí no corrían el peligro, como en las universidades laicas, de tropezar con profesores revolucionarios, y la ciencia antigua y moderna se servía después de bien pasada por el tamiz de Santo Tomás y otros grandes sabios de la Iglesia, únicos depositarios de la verdad.

Hubiera yo preferido, sin embargo, que el tal hubiese hecho una oposición menos abierta que los demás, sin que para ello se hubiese rodeado de todos los ambiciosos y descontentos, revolucionarios o bonapartistas, que han formado eso que llama él un partido; pero es preciso atacar o conjurar las intenciones, antes que acusar temerariamente a nadie.

Palabra del Dia

irrascible

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