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Actualizado: 9 de junio de 2025
Que su hijo de usted sufra una operación dolorosa, y después se quede tan ciego como antes.... Yo dije a usted: «La imposibilidad no está demostrada, ¿hago la operación?» Y yo respondí, y ahora respondo: «Hágase la operación, y cúmplase la voluntad de Dios. Adelante.» ¡Adelante! Ha pronunciado usted mi palabra.
Si sólo se trata de inmovilidad y paciencia, os respondo en absoluto de mí. ¿Sois capaz de permanecer, por espacio de treinta días, en una posición extremadamente molesta? Sí. ¿Con la nariz cosida al brazo derecho? Sí. En ese caso, os cortaré del brazo un trozo triangular de piel, de quince o diez y seis centímetros de longitud, por diez u once de anchura...
Y si alguien osaba decirme entonces que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que él entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio. El nacionalista a quien he aludido antes tiene de las naciones una idea mucho más respetuosa que la mía. Pero usted mismo me dice ; usted es un celta. No le respondo . Yo no soy un celta.
Me aplico, pues, con amargura aquella pregunta del poeta: ¿Qué le queda al demonio, ¡vive Cristo!, Si se le quita la opinión de listo? »Y sin vacilar respondo: Nada. Pronto no quedará nada para mí en el corazón de ella, sino ofensiva compasión, si no gasta toda la que tiene en compadecerse a sí misma. Y más vale que no me compadezca.
Entonces érais paje del rey, y no había paje que no conociese á Verónica. ¿Pero estáis loco, Montiño? Ahora no se trata de pajes: es más... algo... más gordo. Ved allí por donde asoma el sargento mayor don Juan de Guzmán dijo Quevedo. ¡Oh! pues vámonos de aquí, porque si no no respondo de mí mismo. Y el cocinero se levantó.
Someto a usted el deseo de un amigo y afirmo que no sé nada de él que no sea honroso... Pero ¿quién se ha de atrever a garantizar la perfecta armonía de las naturalezas, de los caracteres, de las almas?... Tiene usted miedo por él, ¿verdad? Nuestras miradas se cruzaron y creí leer en el fondo de la suya menos desprecio que pena. ¿Qué respondo a Givors? dijo por fin.
Yolanda se alza lentamente, con las mejillas húmedas, los ojos enrojecidos, el cuerpo sacudido siempre por los sollozos. Dale la mano a tu marido. No hay más remedio. Perfectamente amable ese «no hay más remedio». Y Yolanda me tiende la mano, que yo llevo respetuosamente a los labios. ¿Ha visto a mi marido, Jorge?... pregunta mi suegra. Respondo que sí.
¿Lo absurdo es lo hermoso?... ¿Qué diría de esa opinión un griego, para quien la belleza era el resultado más meticuloso y fino de la lógica? El mundo es hermoso, pulcro, porque es lógico. En cuanto a la belleza de los griegos, te respondo que a la nariz, en mármol de Paros, de una estatua, prefiero la nariz respingadilla y de aletas palpitantes de esa chatunga que sube por la calle.
Al lado de la alcoba hay una piececita con un estante de libros y un piano; aquel es mi salón, y un poco más lejos otra pieza más grande en la que duerme doña Polidora. Le respondo a usted de que estoy bien guardada, pues la buena señora no me mima, furiosa como está por el ascendiente que voy tomando en la casa.
Resumen; la ciencia ofrece la salud de Rosita con aires de aldea, allá junto al mar; vida alegre, buenos alimentos, carne y leche sobre todo... sin esto... no respondo de nada.
Palabra del Dia
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