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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Con un poco de aquel dinero que yo derrochaba en otro tiempo hubiera sido fácil aligerar un tanto el peso de su miseria y hacerlos felices. Resolví entonces, si alguna vez salía de mi prisión, consagrarme á los desgraciados en recuerdo de lo que yo había sufrido.

Medité, pues, y resolví luego lo que cumplí más tarde y fue: hacer donación al pueblo de la parte de nuestro jardín sobre el cual se elevara el sepulcro, con la obligación de impedir la profanación o la enajenación de ellos; y porque esta carga no resultase jamás onerosa a la parroquia, yo me encargaba en cambio de concederle sobre la colina, al lado de la iglesia, el terreno para construir una casa rectoral que le hacía falta.

Yo eludí como pude el compromiso de pasear por la verga, y le expliqué con la mayor cortesía que hallándome al servicio de D. Alonso Gutiérrez de Cisniega, había venido a bordo en su compañía. Tres o cuatro marineros, amigos de mi simpático tío, quisieron maltratarme, por lo que resolví alejarme de tan distinguida sociedad, y me marché a la cámara en busca de mi amo.

Atormentábame también el temor de parecer estúpida, pues bien sabía yo que muchas cosas que parecerían naturales para todo el mundo, serían para mi un manantial de sorpresas y admiraciones. Así es que resolví, para no poner en riesgo de burla mi amor propio, disimular cuidadosamente mis asombros.

La noticia me produjo el disgusto que V. puede suponer; porque siempre he delirado por mis hijos: y como si aquello fuese castigo providencial o por lo menos advertencia saludable, después de grave y prolongada meditación, en que me eché en cara sin piedad, mi conducta infame y ridícula, canté sin rebozo el yo pecador y resolví obedecer a mi esposa inmediatamente.

Ese día, examinando unas cartas halladas en la escribanía, descubrí el origen de mi tía. Era un arma contra ella, y resolví no tardar en usarla. Al día siguiente, en el almuerzo, estuvo de muy mal humor.

Quise saber qué había sido de Malespina, y no hubo quien me diera razón del padre ni del hijo. Pregunté por el Santa Ana, y me dijeron que había llegado felizmente a Cádiz, por cuya noticia resolví ponerme inmediatamente en camino para reunirme con mi amo. Me encontraba a bastante distancia de Cádiz, en la costa que corresponde a la orilla derecha del Guadalquivir.

La joven se hallaba en el pequeño gabinete contiguo al salón. Recibióme con una dulzura pensativa, que me conmovió. Yo mismo sentía en aquel momento esa tranquilidad de corazón que dispone á la confianza y á la bondad. Resolví, echándolas de Quijote, tender una mano caritativa á aquella pobre abandonada.

De modo que cuando al caer de la tarde descendimos rápidamente al pueblecito arcadiano de Wingdam, resolví no pasar adelante y salí del carruaje en un estado dispépsico insoportable.

Resolví, pues, detenerme en Zenda, pequeña población a quince leguas de la capital y a cinco de la frontera. El tren en que yo iba, llegaba a Zenda aquella noche; podría pasar el día siguiente, martes, recorriendo las cercanías, que tenían fama de muy pintorescas, dando una ojeada al famoso castillo e ir por tren a Estrelsau el miércoles, para volver aquella misma noche a dormir a Zenda.

Palabra del Dia

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