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Actualizado: 22 de junio de 2025
Otras veces aparecía Tonet con un bulto en el vientre: la faja llena de altramuces y cacahuetes, comprados en casa de Copa; y siguiendo el camino lentamente, comían y comían, mirándose el uno en los ojos del otro, sonriendo como unos tontos sin saber de qué, sentándose muchas veces en un ribazo sin darse cuenta de ello. Ella era la más juiciosa, y le reprendía. ¡Siempre gastando dinero!
El guía se había engañado, esa planta no era beleño; pero durante un día entero, todos habían creído a Alejo Zakunine envenenado, y estaban entre admirados y espantados al ver la irónica alegría con que esperaba la muerte y reprendía a los que se mostraban afligidos. Su juventud entera había sido una tempestad.
No quedaron satisfechos estos enemigos de Dios y de su ley con tan horrenda traición; antes tomando de ellas más ánimo, instigados del demonio y de los hechiceros, se previnieron al último acto de la tragedia con la muerte del P. Arce para apartar de sí á quien les reprendía sus bestiales costumbres, é impedir juntamente que los de su nación no abrazasen la santa fé, por lo cual se pusieron á espiar por dónde había de pasar el Padre.
Cuando esto no bastaba para hacerle callar, se burlaba de su extremada delgadez; ponía un palito derecho sobre el escaño y lo tiraba de un soplo, parodiando la poca consistencia del joven; al salir, le abría el ventanillo superior de la puerta, invitándole a pasar por él. Ángela, a veces, la reprendía por su falta de respeto.
Lo indulgente que con las culpas era, hacía creer a los culpables que permanecían sus faltas casi ignoradas, y si trataba de corregirlas, nunca las reprendía ante tercero, sabiendo que nada se remedia empezando por lastimar el amor propio.
Al regresar contó a su madre lo ocurrido, y con no pequeña admiración oyó que la impedida la reprendía por no haber aceptado la propuesta matrimonial; y es el caso que la lógica de la tullida parecía contundente.
Se reprendía, echándose en cara su afán de chocar con los prejuicios del pasado. ¿Qué iba a conseguir cambiando el pensamiento de aquella pobre gente? ¿En qué podía pesar, para la emancipación de la humanidad, la conversión de aquellos hombres agarrados como moluscos a las piedras del pasado...?
Lavábale y planchábale los pañuelos del cuello, le hacía el lazo de la corbata, ocultaba con alguna piadosa mentira sus fechurías, y de vez en cuando le metía en el bolsillo alguna peseta. Eduardito, como niño mimado, la trataba sin pizca de miramiento, desvergonzándose con ella en cuanto le reprendía cualquier travesura.
La reprendía, le explicaba con escolásticos giros y frases nada comunes, y, por último, la llamaba ignorante y hereje, causándole gran turbación y susto. De repente interrumpe sus lecturas y sus reprimendas, y exclama: ¡Ah! se me olvidaba una parte de mi rezo. Ya se ve, me he distraído con los errores de usted, hija.
Desapareció el respeto que la diferencia de clases había despertado en ella al comienzo de sus amores; se acostumbró á dominarle, á imponerle sus gustos y caprichos, á escuchar con indiferencia sus palabras apasionadas, candentes. De tal modo, que á los seis meses le trataba como á un niño, le hablaba en tono protector, se reía de sus puerilidades, le reprendía y le martirizaba.
Palabra del Dia
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