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Pasó la galera adelante un buen trecho; los del bajel se vieron perdidos, hicieron vela en tanto que la galera volvía, y de nuevo, a vela y a remo, se pusieron en caza; pero no les aprovechó su diligencia tanto como les dañó su atrevimiento, porque, alcanzándoles la capitana a poco más de media milla, les echó la palamenta encima y los cogió vivos a todos.

En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de no escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre.

Español, batía el remo en las liburnas romanas; cristiano, tripulaba las naves sarracenas en la Edad Media; súbdito de Carlos V, pasaba, por un azar guerrero, de las galeras de la cruz á las de la media luna, y llegaba á ser reis de Argel, rico capitán de mar, haciendo famoso su nombre de renegado.

Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco más que pasó del árbol ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían.

No pudo conseguirlo; pero adivinó que su bote se deslizaba sobre una extensión acuática que sólo tenía algunos metros de profundidad. Media hora después, al volver á hundir el remo, creyó tocar una roca; pero siguió avanzando mucho tiempo, sin que la quilla del bote rozase ningún obstáculo.

De la magnífica figura destinada á la iglesia de San Remo, ¿no recuerdas? Aquella cabeza de santo.... ¡Anda, anda! exclamó Gualtero riéndose. Miren con lo que nos sale ahora.

Trabajo no pequeño se pasaba, Que la gente sin fuerzas no podía Tomar remo, que el viento nos faltaba, Y á veces por la proa sacudia. El temor de la hambre apresuraba, Esfuérzase quien fuerzas no tenia: Navegando una noche

¿Y aquella otra torre gris? La iglesia de San Miguel, y á la izquierda la de San Remo. El caserón inmediato es el palacio de Berland. Mira también esas fuertes murallas, con tres poternas hacia el río y diez y seis en todo el circuito de tierra. ¿Y á qué el continuo sonar de tantos clarines?

A poco trecho del Moral se hallaba la boca del puerto, por donde salieron, dejando a la derecha la torre del faro colocada sobre una eminencia. Los marineros soltaron el remo e izaron las velas para aprovechar el viento fresco del N. E. que los empujaba. Eran las once de la mañana.

Pasaban los grupos de airosas hilanderas con un paso igual, moviendo garbosamente el brazo derecho, que cortaba el aire como un remo, y chillando todas á coro cada vez que algún mocetón las saludaba desde los campos vecinos con palabras amorosas. Roseta marchaba sola hacia la ciudad. Bien sabía la pobre lo que eran sus compañeras, hijas y hermanas de los enemigos de su familia.