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Actualizado: 9 de julio de 2025
Allí van las virginales deidades indias, moradoras de los lagos, que con el calor de sus pechos entibian el agua que ha de regar la flor del loto; las impúdicas danzadoras egipcias y malacitanas, que acuden a Roma para divertimiento de Césares; las doncellas corintias consagradas a Palas, que asisten a las Panateneas; las sacerdotisas galas que lanzan a los bárbaros contra el antiguo mundo; las damas de las cortes de amor que tiñen en la púrpura de su sangre la flor que ha de premiar a su poeta; las cortesanas del Renacimiento, que el arte convierte en imágenes de dolorosas; las monjas españolas, devoradas de histerismo religioso; las damas galantes de la Francia borbónica, que sin traicionar al amor supieron hacer de cada hombre un amante; y, por último, la mujer moderna, cuyo tipo varía, desde la Hermana de la Caridad que riega con sus piadosas lágrimas las llagas del herido, hasta la pecadora de oficio que, vendiéndose al rico y regalándose al pobre, ofrece a todos la ilusión del amor.
Bajo este aspecto hace en las calles de Madrid los oficios mismos que la calavera en la celda del religioso: invita a la meditación, a la contemplación de la muerte, de que es viva imagen.
El culto religioso de estos naturales no es sino esterior; de modo que su conciencia está enteramente agena de todo género de escrúpulos. Los hombres se franquean espontáneamente sus mugeres, las que por su parte se entregan tambien cuando quieren á todos sus parientes.
Si, por desdicha, la Humanidad hubiera de desesperar definitivamente de la inmortalidad de la conciencia individual, el sentimiento más religioso con que podría substituirla sería el que nace de pensar que, aun después de disuelta nuestra alma en el seno de las cosas, persistiría en la herencia que se transmiten las generaciones humanas lo mejor de lo que ella ha sentido y ha soñado, su esencia más íntima y más pura, al modo como el rayo lumínico de la estrella extinguida persiste en lo infinito y desciende a acariciarnos con su melancólica luz.
Pero entrando en la plena conciencia de la realidad, comprendió lo absurdo de su pregunta. Al día siguiente, en medio de la agitación que trajeron los preparativos del acto religioso, ya no le fue posible apartar su pensamiento de la terrible obsesión. Muñoz ahora se le antojaba un extraño, un hombre a quien no hubiese tratado nunca.
Una de ellas, colocada junto á la puerta, llevaba el nombre de Lamarck. Mi sangre toda afluyó al corazón, sintiendo como un impulso de religioso respeto. ¡Gran nombre y ya viejo! Es lo mismo que si en las tumbas de Saint-Denis se leyera el nombre de Clodoveo.
De buena gana hubiéramos llevado más adelante nuestra exploración; pero no nos atrevimos á tanto, y salimos de aquella interesantísima casa como habíamos entrado en ella, llenos de respeto á su carácter señorial y religioso, y de admiración á sus bellezas artísticas.
El pensamiento religioso, simbolizado en San Esteban, corona todos los ruidos, sirve de cúpula á todas las ideas y ampara y patrocina todas las emociones.
Ramiro atisbaba un tufo de Oriente; todo trascendía para él a magia, a nigromancia, a Alcorán; y el odio religioso, exaltado por su remordimiento, le contraía el corazón cuando atravesaba los barrios de la morería, entre las covachas atestadas de sedas multicolores, de bonetes de grana, de cereales, de especias, de perfumes.
En efecto, al día siguiente me mostró una bellísima cabeza de mujer como de cuarenta años, y había allí algo... en el semblante triste de aquel fantasma estaba el alma de Amparo. Calló el religioso, y yo quedé profundamente pensativo. Me había dado a conocer un nuevo rasgo del carácter romancesco de Amparo.
Palabra del Dia
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