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Actualizado: 20 de julio de 2025
Miguel, lleno de íntimo regocijo, la consoló, excusó sus faltas y expuso también sus ideas particulares acerca del amor. El carruaje marchaba por la solitaria carretera, sin ruido, acusando su linaje aristocrático.
Era un deseo de confesarse con ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si de esta mujer que llevaba á los lechos de muerte un regocijo frívolo de pájaro pudiese surgir el consejo de la suprema sabiduría.
Esta era la hora de pedirle favores, seguro de alcanzarlos, y esta era la hora también en que Villamelón, arrastrado por un resabio de educación malísima que jamás pudieron quitarle ni su santa madre, ni su dulce esposa, hacía bolitas de miga de pan con la punta de los dedos y las disparaba a las narices de los comensales, con muestras del más cariñoso agasajo y el más tierno regocijo.
Isidora sentía un regocijo febril y salvaje. Todo le llamaba la atención, todo era un motivo de grata sorpresa, de asombro y de risa. Su alma revoloteaba en el espacio libre de la alegría, cual mariposa acabada de nacer. Almorzaron en un ventorrillo. Nunca había comido Isidora cosas tan ricas. ¡Cuánto rieron viendo cómo se atracaba Mariano!
Poner a Carlos bajo la influencia del helado cielo de la Rusia era matarle, y sin separarse de él, era imposible evitar lo que temía... ¿A quién había de confiarlo? ¿quién tendría cuidado de él? ¿qué sería de este niño?... Lloraba Gerardo, y yo también lloraba al ver las lágrimas en aquella fisonomía que ordinariamente causaba tanto regocijo.
En 7 de Enero de 1482, los Reyes Católicos que venían de Valencia, entraron en Teruel acompañados de numeroso séquito, del cual formaban parte el Cardenal Mendoza, y muchos grandes de Castilla y de Aragón; fueron recibidos del vecindario con extremado regocijo y grandes fiestas; juraron los reyes en la Iglesia de Santa María los privilegios y libertades de la ciudad, recibiendo de esta un donativo de doscientos florines de oro: Teruel, durante la permanencia de las regias personas, fue ricamente engalanada con tapices y caprichosos arcos de triunfo, por las noches estuvo profusamente iluminada, y sus calles pobladas a toda hora de los habitantes de los pueblos inmediatos, que acudieron a danzar y cantar ante los reyes católicos, a quienes ofrecieron ricas telas, exquisitas frutas, buenas maderas de construcción, y minerales de muchísima estimación.
La estremidad no la podía ver, oculta por una nube que dejaba trasparentar luces y auroras... Hacía trece años día por día, hora por hora casi que se había muerto allí su madre en medio de la mayor miseria, en una espléndida noche en que la luna brillaba y los cristianos en todo el mundo se entregaban al regocijo.
A bordo toda la tripulación estaba encantada de la bondadosa amenidad de donna Olimpia y más aún del regocijo de Teletusa, de sus danzas y cantares y hasta de sus frutas de sartén, hechas a veces con tal abundancia que había para que todos comieran.
Llevose las manos al pecho. ¡En qué peligro estáis, hijo mío! Agora hecho de ver, y en quien menos lo deseara, el daño que pueden hacer en las almas de corta experiencia y estudio, los escritos milagreros, quitándoles toda humildad e despertando en ellas las aprehensiones sobrenaturales, con gran regocijo del Demonio.
Disipada en parte la niebla que pesaba sobre su espíritu, pudo fijarse y tomar interés en lo que á su alrededor pasaba. El regocijo y la bulla crecían á medida que avanzaba la tarde. Una agitación tumultuosa reinaba en las calles: de su recinto estrecho salía un clamor profundo como el de un río que se despeña.
Palabra del Dia
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