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Actualizado: 24 de julio de 2025
Precisamente donde la niña se había detenido, el arroyuelo formaba un charco tan liso y tranquilo que reflejaba una imagen perfecta de su cuerpecito, con toda la pintoresca brillantez de su belleza, que realzaba su adorno de flores y hojas, si bien más espiritualizada y delicada que en la realidad.
La luz de una de las lámparas, dejada exprofeso en la otra orilla por la guardiana para que se viese el grandor del depósito, oscilaba en prolongados rieles sobre la triste transparencia del lago, y remedaba, allá a lo lejos, la tea de un sicario en alguna prisión veneciana. Tal era de fantástico aquel lago, que reflejaba un cielo de granito, que la imaginación se fingía cadáveres flotando en él.
Oíase desde arriba el rumor popular; y luego, en el seno de aquel silencio que cayó súbitamente sobre la casa como una nube, la campanilla vibrante marcó el paso de la comitiva del Sacramento. El altar estaba hecho un ascua de oro con tantísima luz, que reflejaba en el talco de las flores. Había sido entornada la ventana, y todos de rodillas esperaban.
La niña dirigió las miradas al punto indicado, y allí vió la letra escarlata, tan cerca de la orilla de la corriente, que el bordado de oro se reflejaba en el agua. Tráela aquí, dijo Ester. Ven tú á buscarla, respondió Perla. ¡Habráse visto jamás niña igual! observó Ester aparte al ministro. ¡Oh! Te tengo que decir mucho acerca de ella.
A poco más de media noche el salón ofrecía tal aspecto de lujo y riqueza; la alegría reinaba, al parecer, con tanto imperio sobre las almas de toda aquella gente; tanto goce se reflejaba en sus caras, que no parecía sino que en aquella regocijada turba nadie había que conociera la pesadumbre ni el dolor.
Llevaba él la palabra acompañándola con graves y persuasivos ademanes. Aunque no oían lo que decía, supusieron con fundamento que disertaba sobre algún interesante problema antropológico. Retiráronse al fin en silencio. Todos iban serios. El semblante de Mario, sobre todo, reflejaba tristeza profunda, una emoción que en vano trataba de ocultar.
La luna plateaba las copas de los árboles y se reflejaba en la corriente de los arroyos, que parecían de un líquido luminoso y transparente, donde se formaban iris y cambiantes como en el ópalo. Entre la espesura de la arboleda cantaban los ruiseñores. Las yerbas y flores vertían más generoso perfume.
No tenía que decir yo más que una palabra, romper aquel horrible cerrojo del silencio que me estrangulaba cada vez que pensaba en ella. Buscaba sólo una fórmula, una frase inicial: estaba muy sereno, a lo menos tal me parecía estar; hasta me parecía que mi semblante no reflejaba demasiado la extraordinaria controversia que dentro de mí se mantenía.
Su cara reflejaba la concupiscencia en que ardía; sus ojos se cerraban, para mantener por más tiempo la deslumbradora visión: un río de oro deslizándose con suave murmullo, y él, en la orilla, llenando sus cántaros, tan numerosos que no podían contarse. Rocchio le vió venir y se le echó encima. ¡Lucidos estamos, señor Esteven! dijo sacudiendo su cabeza de león. ¿Qué le parece a usted?
Cuando Jacobo puso de nuevo el pie en la galería, y salieron a su encuentro Currita y otros amigos, ansiosos de darle la enhorabuena, el orgullo satisfecho reflejaba en su semblante una especie de vértigo, y hubiera gritado como el Nabucodonosor de la ópera: ¡Io non Ré, so Dio!...
Palabra del Dia
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