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Actualizado: 3 de junio de 2025


Sus manos eran quizás un poco cortas, pero blancas como el marfil, con los dedos redondos, ondulosos, regordetes, en los que, no obstante, se adivinaba la garra. Su pie era el pie corto de las andaluzas, redondeado, lo mostraba tal como era y no cometía la tontería de usar botas largas.

En los planos de las entrepuertas estaban pintados los héroes de la Ilíada escocesa: el bardo Ossián y su arpa; Malvina la de los redondos brazos y sueltas crenchas de oro; los guerreros bigotudos, con cascos de aletas y salientes bíceps, que se daban cuchilladas en los broqueles, despertando los ecos de los lagos verdes. Un sillón mullido y profundo abría sus brazos ante una estufa.

Y dos fuentes, la de Alfaguar y la Encantada, parten y reparten sus aguas en una red de plata que se esparce y refulge por la llanura. Espaciosos cuadros de hortalizas ensamblan con plantaciones de viñedos; junto a los granados se enhiestan los almendros. Y los anchos y redondos nogales ponen con su penumbra, sobre el verde claro de la alfalfa, grandes círculos de azulado verdoso.

Y Leonora, siempre con los ojos en la luna, la nuca apoyada en sus brazos, que escapaban nacarados, fuertes y redondos de las caídas mangas, hablaba lentamente, evocando sus recuerdos, viendo pasar ante su imaginación la escena de intensa poesía, la glorificación y el triunfo de la Naturaleza y el amor.

Hoy por hoy, con su cuello mórbido y gracioso, el seno firme y decidido, que aspira á levantarse hacia la barba, su cintura delicada, los brazos redondos y macizos, las manos breves de uñas sonrosadas y sus pies inverosímiles, la condesa de Trevia es una mujer hecha á torno.

Se miraron fijamente, lo mismo que si fuesen á entablar un combate. Los ojos redondos del animal, unos ojos de oro con una cuenta negra en el centro, contemplaron al hombre ferozmente. Luego parpadearon, como vencidos por la mirada humana. Jaramillo no quiso perder tiempo. Con una contorsión de muñeca arrancó el candado de la jaula.

Le habían disparado un arcabuzazo. Desenvainó la espada y recorrió velozmente el paraje en todo sentido. No había nadie. Al continuar su camino y al descubrirse instintivamente, advirtió, a uno y otro lado de la cumbre de su sombrero, dos agujeritos redondos. No dejó por eso de volver al bodegón del arrabal. Los moriscos le recibían ahora con extraño semblante, hablándose entre ellos.

Sobre el fondo rojo de este cuadro se recortaba el bello perfil de Luisa, con la falda recogida para moverse fácilmente, el rostro iluminado con los más vivos colores y el talle ajustado por un corpiño rojo que dejaba al descubierto sus redondos hombros y su esbelto cuello.

Al acercarse, Juan Claudio vio a los montañeses del Dagsberg acurrucados en unos a modo de pozos redondos que, a distancia de veinte pasos unos de otros, habían hecho. Aquellos animosos hombres se hallaban sentados en las mochilas, con la cantimplora a la derecha, el sombrero o las gorras de piel de zorro metidos hasta las orejas y el fusil entre las piernas.

Figúrese usted que yo necesitara dentro de ocho días..., mañana..., hoy mismo, una cantidad determinada... ¿Cuánto? Porque, como he tenido el honor de advertir hace un momento a la señora marquesa... Por lo mismo que no lo he olvidado, iba a fijar la cantidad cuanto usted me ha interrumpido. Pongámosla en números redondos: tres mil duros. Puedo con ellos, y los tendría usted. ¿Garantías?

Palabra del Dia

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