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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Respecto de mí, siento un poco de vergüenza al decir que soy feliz, muy feliz. Es verdad que no lo he merecido, pero así es. Cuando pienso en mi mujer, me acuerdo también de Diana Vernon; pero no tengo que recordarla como mi tío Juan de Aguirre, ni como el héroe de Walter Scott, muerta, sino que la veo viva, a mi lado.
Su voz temblaba, tenía una opacidad suave; acariciaba como terciopelo. Rafael, animado por aquella tolerancia, quiso pedir perdón, habló de la locura que le había expulsado de allí; pero la artista le atajó. No hablemos de aquella infamia, me hace daño recordarla. Queda usted perdonado, y ya que cae aquí como llovido del cielo, quédese un momento. Pero... nada de audacias. Ya me conoce usted.
Había cumplido los cincuenta y ocho años y apenas hacía dos que mi tía había muerto. ¡Mi tía! ¡Ah, el corazón se me parte de pena al recordarla!... Una señora feroz, hija de un mayor de caballería que había servido con Rauch, que había heredado el carácter militar del padre, su fealdad proverbial, un gesto de tigra, y una voz que, cuando resonaba en el histórico comedor de su casa, hacía estremecer a mi tío, y el temblor de la víctima transmitía el fluido pavoroso a los platos y a las copas que se estremecían a su turno dentro de los aparadores al recibir en sus cuerpos frágiles y acústicos el choque de la descarga de terror conyugal.
Además, él no era un asceta, y Berta Erckmann representaba una amistad tentadora en medio del mar. Al recordarla, veía imaginariamente un caballo de carreras grande, enjuto, rabio y de largas zancas. Era una alemana á la moderna, que no reconocía otro defecto á su país que la pesadez de sus mujeres, combatiendo en su persona este peligro nacional con toda clase de métodos alimenticios.
»Al recordarla ahora se me figura una aparición celeste que me visita en sueños. ¿Acaso no era una santa que Dios nos presentaba para servirnos de ejemplo? Usted, Amaury, conoce una de sus buenas acciones; pero yo, podría citarle mil que le ayudé a practicar, y no son pocos los pobres que a estas horas deben bendecir su nombre.
Y se fué á su mesa, abrió los cajones y los revolvió inútilmente. La carta no parecía. ¡Oh! exclamó recordando ; ¡la quemé!... pero... yo la recordaré entera... la recordaré porque quiero recordarla... la memoria obedece á la voluntad. Y con toda su voluntad, con todo su deseo, el padre Aliaga procuró recordar el contenido de la carta de la reina.
Palabra del Dia
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