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Lo mismo iba yo a decirte: pero he recordado a tiempo que no te debía, interrumpir contestó Amaury.

En el viaje que acababa de hacer desde Nieva había recordado muchas veces los detalles de aquella memorable fuga, queriendo hallar en él cierta analogía con el de la santa. Ahora que se veía en presencia de jueces severos y enojados, notaba aún más determinada la semejanza, lo cual alentábala no poco a persistir en su propósito de mantenerse firme ante el peligro.

Y como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su honor.

Luego continuó, como si hablase para ella misma: Este encuentro servirá para que yo piense en cosas que nunca hubiese recordado... ¿Por qué volvió usted de tan lejos?... ¿por qué se le ha ocurrido pasear por esta parte de Montmartre que nunca frecuentan los extranjeros ricos?... ¡Ay! ¡la maldita casualidad! De pronto se incorporó, con un reflejo azulado en las pupilas.

Había recordado, como por inspiración, que ella había visto en Zaragoza a una mujer vestida de Nazareno, caminar descalza detrás de la urna de cristal que encerraba la imagen supina del Señor, y sin pensarlo más, había resuelto, se había jurado a misma caminar así, a la vista del pueblo entero, por todas las calles de Vetusta detrás de Jesús muerto, cerca de aquel Magistral que padecía también muerte de cruz, calumniado, despreciado por todos... y hasta por ella misma.... Y ya no había remedio, don Fermín, después de una oposición no muy obstinada, había accedido y aceptaba la prueba de fidelidad espiritual de Ana; doña Petronila, a quien ya no miraba como tercera repugnante de aventuras sacrílegas, se había ofrecido a preparar el traje y todos los pormenores del sacrificio... «¡Y ahora, cuando era llegado el día, cuando se acercaba la hora, se le ocurría a ella dudar, temer, desear que se abrieran las cataratas del cielo y se inundara el mundo para evitar el trance de la procesión!».

Pepita, que se había levantado para despedir al padre vicario, no bien volvió a cerrar la puerta y quedó sola, de pie, en medio de la estancia, permaneció un rato inmóvil, con la mirada fija, aunque sin fijarla en ningún objeto, y con los ojos sin lágrimas. Hubiera recordado a un poeta o a un artista la figura de Ariadna, como la describe Catulo, cuando Teseo la abandonó en la isla de Naxos.