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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Carmencita, incapaz de bajar de un solo paso desde el cielo rútilo y floreciente hasta el lóbrego comedor de la casona, se deslizó hacia su dormitorio para recogerse un momento y componer su semblante transfigurado. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales la luna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas.

Habiéndose asegurado de mi asentimiento, la vieja y noble señorita pareció recogerse, y en tanto que paseaba una melancólica mirada por las medio borradas imágenes de sus abuelos, el tic-tac del reloj hereditario fué lo único que turbó, en el obscuro salón, el silencio de la media noche.

Y como conviene a mi ver, que esta vida del espíritu siga difundida, y no venga a recogerse y a acumularse en Madrid, buscando fama y provecho, creo que también conviene llamar la atención, más aún que sobre los libros que se publican en esta villa y corte, sobre los que en provincias se escriben y se publican.

El príncipe sintió halagada su vanidad, lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba desde la escena y seguía cantando con la mirada puesta en él, para dedicarle sus gorgoritos; lo mismo que cuando, de joven, un matador de toros le dirigía un gesto amistoso antes de dar la estocada final. Alicia parecía brindarle su gloria. Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento.

Trató de abrir la marquesa la puerta, mas con mano tan insegura lo hacía, que la llave tanteaba en el hierro sin acertar a introducirse. Al fin sonó el chasquido de la metálica lengua al recogerse. Empujada, cedió la puerta con lastimero sollozo de herrumbres, y mostró el ámbito negro, del cual salía un aliento de humedad estacionada, que se nutre de las tinieblas, de la quietud, de la soledad.

No sabía qué decir; su alma simple parecía recogerse humildemente, no encontrando palabras para expresar sus pensamientos. Jaime continuó su camino. Al volverse repetidas veces vio a Margalida, de pie bajo el porche, siguiéndolo con visible ansiedad.

Una noche, al recogerse las internas en el gran dormitorio común, se notó su ausencia. La buscaron inútilmente en la capilla, en la oscuridad del jardín, en la sala de estudio, hasta que fue descubierta en el ángulo del claustro, parada sobre una silla. Tenía un brazo apoyado encima del Cristo y cerrando los ojos besaba la dolorosa boca entreabierta.

Cuando al oscurecer del día 27 de Noviembre de 1723 los vecinos de Sevilla se disponían á recogerse en sus casas para entregarse al reposo se vieron sorprendidos por el ruído que por varias calles promovía el toque de trompetas y atabales, el paso de caballos y las voces de no poco concurso que rodeaban á los ginetes. La causa de todo aquello era la siguiente.

Ocurría con frecuencia el caso de tropezar con una herradura en la carretera del Sur, y ¡cuántas veces, junto a las fábricas, podían recogerse pedazos de lingote, clavos y otras menudencias que, reunidas, se vendían en el Rastro!

De noche, antes de recogerse, el marqués se le entraba en el dormitorio a fumar un cigarro y charlar. La conversación ofrecía pocos lances, pues siempre versaba sobre el mismo proyecto. Decía don Pedro que le admiraban dos cosas: haberse resuelto a salir de los Pazos, y hallarse tan decidido a tomar estado, idea que antes le parecía irrealizable.

Palabra del Dia

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