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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Los banqueros tienen asegurado en las obras literarias un éxito de odio y de rechifla. Los personajes simpáticos son pobres, y dicen cosas muy hermosas sobre las infamias del «vil metal» y la necesidad de idealizar la vida. El arte literario sólo había dispuesto, según Maltrana, de cuatro resortes para mover sus criaturas: el amor, el odio, el hambre y el miedo.
Si el toro, al contrario, se muestra cobarde ó sorprendido al salir, la rechifla popular lo abruma, la opinion lo condena y todo el mundo lo insulta y apostrofa con los mas ultrajantes epítetos, prestados á veces á la política.
Nadie dejaría de lamentar su fuga sí él no volvía al lugar; pero si volvía, la compasión se transformaría inevitablemente en burla y rechifla. No quedaría un solo sujeto que no le preguntase con sorna qué había ido a hacer al yermo y por qué lo dejaba tan pronto, arrepentido de ser anacoreta.
Y con lo que ya sabía, aunque Ángel llevara su abnegación al último extremo, ¿cómo ni para qué aceptar su sacrificio, con el recelo de ver en cada sonrisa suya un disimulo de sus temores a la rechifla de las gentes? »Por eso daba por muerta la mejor de sus ilusiones; pero sin que dejara de vivir en su corazón el sentimiento de que había nacido.
Luego, en el curso de la conversación, suelto una necedad infantil, un chiste de colegio, que en Madrid me valdría una rechifla, y mi público ríe esta inocentada y la repite como una brillante manifestación de ingenio. Ojeda, recordando sus viajes por América, asintió a las palabras de su amigo.
Hacían memoria de su vida nocturna con la pillería de la Alameda de Hércules. Se reían de sus calzones rotos y de las blancas ropas que se escapaban por el rasgón. ¡Qué se te ve! gritaban voces atipladas, con acento femenil. Gallardo, protegido por las capas de los compañeros, aprovechaba todas las distracciones del toro para herirlo con su espada, sordo a la rechifla del público.
El tren de mercancías pasó, enorme, pesado, haciendo temblar la tierra, y ellos a un lado y otro de la vía le saludaban con espantosa rechifla, le amenazaban con puños y palos, le trataban de tú, remedaban con insolente escarnio los bufidos de la máquina, el desengonzado movimiento de las bielas, y por último pusieron al guardafreno como hoja de perejil.
Y por ahí continuó soltando a chorros sarcasmos e insultos, hasta que al fin la pobre Josefina rompió a llorar. Las demás criadas, menos malévolas, se veían, no obstante, lisonjeadas por aquella humillación. Al fin se pusieron de su parte, trataron de consolarla, mientras Concha, despiadada, más dura y más fría que el mármol, siguió persiguiéndola largo rato con rechifla sangrienta.
Palabra del Dia
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