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Actualizado: 23 de julio de 2025


Jacinta se reía y al propio tiempo se le escaparon dos lágrimas. Entró entonces de improviso Barbarita, diciendo: «¿Qué música es esta?... A ver, a ver». Nada, querida declaró el buen señor acusándose francamente . Que a también se me fue el santo al Cielo. No lo quería decir.

Pepita, tranquilizada ya, reía ante el entusiasmo hiperbólico de su novio. ¡Qué exagerado! ¡Qué... romántico! ¿Pero era verdad que le causaba tanta impresión su voz?... Y se extrañaba de buena fe, de que una canción pudiera conmoverle tan hondamente.

Y el marino reía hablando de los pobres payeses del campo, que hasta pocos años antes afirmaban de buena fe que los chuetas estaban cubiertos de grasa y tenían rabo, aprovechando la ocasión de encontrar solo a un niño de «la calle» para desnudarlo y convencerse de si era cierto lo del apéndice caudal.

El hombre más ruidoso de toda la compañía era un viejo francés, establecido en Corfú desde el año 1814, el capitán Bretignières. Había abandonado el servicio a los veinticuatro años con una pensión de retiro y una pierna de madera. Aquel corpachón seco y huesudo saltaba alegremente, bebía de lo lindo, reía a carcajadas y se burlaba de la vejez.

El espectáculo nacional, animado y sangriento, estaba muy conforme con su naturaleza violenta, indómita. Cuando veía a otras señoras taparse los ojos o hacer otros melindres ante las peripecias de la corrida, reía sardónicamente, como si dudase de la sinceridad de su espanto.

Ellos que lo vieron y supieron por lo que decía otro huésped de casa que yo lo era arrancaron tras el picaño, y asiéronle y dejáronme a repelado y apuñeado; y con todo mi trabajo me reía de lo que los picarones decían a la Guía. Porque uno la miraba y decía: ¡Qué bien os estará una mitra, madre, y lo que me holgaré de veros consagrar tres mil nabos a vuestro servicio!

Pero Ferragut reía, haciendo indicaciones lúgubres á los oficiales que estaban en el puente, para que resaltase mejor su seguridad profesional. Indicaba los escollos ocultos en el fondo.

Sánchez Morueta reía ruidosamente. Estás loco, Luis. Por algo tienes esa fama de original. La lectura te ha trastornado el seso. ¿A qué tanto fantasma, y dramas, é intrusos... y demonios coronados?

Lo decía con una firmeza que inspiraba espanto, y a continuación enternecíase ante su hijo, el travieso Barrabás. Cuando éste cometía una de las suyas, el viejo animal de guerra limitábase a fruncir el entrecejo, a agitar las manazas, gritando con voz ronca: «¡Mira que te doy!...» Y el pillete reía, sabiendo que nunca llegaba a darle.

¡Y cómo se reía don Eugenio de la manía novelesca de su Melchorico, como cariñosamente le llamaba...!

Palabra del Dia

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