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Actualizado: 23 de junio de 2025


Es el mismo diablo esa chica... Más artera que ella no la hay en toda la ría... ¡Mira que para atrapar a un pez tan largo como , que ha corrido las siete partidas, ya se habrá dado maña la indina! Tomás halagaba de este modo la vanidad de su hermano, quien reía beatíficamente, a pesar de saber a qué atenerse en cuanto a sus dotes de seductor.

Hecho esto, procedió don Simón a vender de cualquier modo el papel que tenía del empréstito y a remitir a su casa su mezquino valor. Pocos días después se celebraron las bodas de Julieta y Arturo, hechas las paces y prometida de ambas partes la más cordial intimidad para lo futuro. Pero don Simón, al mostrarse afable y complacido en la fiesta, sólo reía con la cara.

Lilí se reía a carcajadas al ver a su padre forcejeando por sacar la cabeza del saco negro, y corrió a Paquito para decirle al oído un secreto muy grande, muy grande... ¡Pero qué tonto es papá!...

Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una de las avenidas de Recoletos. Leonora miraba distraídamente el paseo central; sus filas de sillas de hierro, llenas de gente; los grupos de niños, que vigilados por las criadas, corrían alborozados bajo la luz dorada y dulce de la tarde primaveral.

La había prestado un buen servicio Ojeda reía amargamente al pensar en esto , habían sido felices unas horas, y luego se separaban como extraños, sin recuerdos y sin melancolías: lo mismo que si se hubiesen conocido a la caída de la tarde en un bulevar de París para pasar media hora juntos en un hotel y no volver a encontrarse nunca.

sola eres mi vida. Muchas gracias contestó Leonora con gravedad. Renuncio a ese sacrificio... ¿Y la santidad de la familia de que hace poco hablabas en aquel salón? ¿Y la moral cristiana sin la cual sería imposible la vida? ¡Cómo reía yo escuchándote! ¡Qué de mentiras decís allí para los bobos!...

En el mercado sólo se hablaba de aquel paseo nocturno por el Júcar; el diputado, sudoroso, encorvado sobre los remos, y ella despertando con sus canciones extrañas a la gente de las alquerías. ¡Lo que decían aquellos maldicientes!... Y ella reía, pero con risa ruidosa, agitada por estremecimientos nerviosos; con una risa que sonaba a falsa; sin una palabra de queja.

No importaba.... Dio algunos paseos por la plaza, desierta a tales horas.... Nadie; no se asomaba ni un gato. «Una vez allí ¿por qué no continuar el cerco romántico?». Se reía de mismo. ¡Cuántos años tenía que remontar en la historia de sus amores para encontrar paseos de aquella índole!

Los otros oyentes, silenciosos y cabizbajos, no experimentaban menos el encanto de aquellas afirmaciones, que tan audaces resultaban en el ambiente reposado y rancio del claustro. Don Antolín era el único que reía, encontrando graciosísimas, por lo disparatadas, las ideas de Gabriel. Comenzaba a atardecer. El sol había desaparecido tras de los tejados de la catedral.

En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación.

Palabra del Dia

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