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Actualizado: 1 de octubre de 2025
Al que no lo entienda, podrá decírsele lo que el hidalgo manchego o el cura dijo una vez al barbero que se quejaba de no entender a cierto poeta: «Ni es menester que le entienda vuesa merced, señor rapista.»
Habeisme dicho, dijo doña Guiomar, en tanto que el señor Ginés de Sepúlveda otra vez se sentaba, quedando tan encogido como antes, que la libertad del rapista tan presto como ha sido, no ha podido ser sin que en ello haya habido mucha mano.
Enterró Margarita a doña Guiomar con gran pompa, que su herencia había aceptado, y a ella tocaba procurarla los últimos homenajes. Enterrado fue asimismo con gran ostentación por sus parientes don Baltasar de Peralta, y andando no mucho tiempo, en galeras se vio con un grillete, remando por el rey, con sentencia para toda su vida, el ilustre rapista Viváis-mil-años.
Entró el rapista tan mudado de la fisonomía que otras veces tenía, que no le conoció la tía Zarandaja. Venía entre satisfecho y soberbio, y descontento y mohíno. ¿Y dónde habéis estado, señor Viváis-mil-años, le preguntó la vieja, que hoy no se os ha visto el pelo?
Eso he dicho, señora, contestó el familiar, porque tengo la larga experiencia de que las cosas del Santo Oficio de la General Inquisición nunca fueron tan de prisa; pero no sabré deciros cuya sea la grande influencia que tal y tan extraña cosa he causado; y que no ha habido influjos de tal monta, que a ellos el Santo Oficio no haya podido negarse, no me lo digan a mi, que el mismo rapista en su insolencia me lo ha dado a entender, diciéndome: » Pues qué, familiarcillo mezquino y simplote que tú eres, ¿creías tú que yo era un gusano así tan desamparado, que podías echar mano de él a tu placer y a horro, sin que el gato te se viniera a las barbas?
¿Y cómo, si os place, de tal aprieto he de sacaros yo? dijo, poniendo muy mal gesto al rapista, la tía Zarandaja. Ya que vos estáis perdido, ¿queréis que yo me pierda también? ¿Y estas son las buenas correspondencias de nuestra amistad? Pues de amigos como vos, Dios me libre, y que yo no los vea jamás sino descuartizados.
A un mes de convento y de ayuno y de penitencia me han sentenciado, a más de a la demanda del perdón del rapista, que ya he solicitado, y en cuyo acto de humildad, que la Santa Inquisición se ha dignado imponerme, he sufrido cuantas insolencias pueden decirse y son imaginables, de la boca del rapista.
-Pues, ¿éste es el cuento, señor barbero -dijo don Quijote-, que, por venir aquí como de molde, no podía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo!
Palabra del Dia
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