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13 Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estaos quietos, y ved la salud del SE

Después de todo, lo hace por más que por él. Además, en los disparates hechos, la culpa fué mía tanto como suya, quizá más mía. Así, pues, quietos aquí, cuidando vacas y ovejas, gallinas y patos, y cantando la pira... Estuve tentada de irnos una semana a Buenos Aires para asistir al baile que dió el Intendente.

Y los anélidos que componían su escudo, ¿dónde estaban? ¡Oh!, no podían faltar; allí se los veía en enormes botellas, con la viscosa trompa o ventosa pegada al cristal, enroscados, aburridos, quietos, como si acecharan una víctima y esperasen a que entrara por la puerta. Isidora admiró después el orden y aseo con que todo estaba puesto y arreglado en tienda de tan poco fuste.

Bien pronto, no se oyó sino el concierto colosal de quejas, que la mala suerte arrancaba a los perdidosos; los dados quedaron quietos y la voz siniestra se apagó. Tímidamente, acercóse una sombra y echó sobre la mesa algo que brillaba como diamantes. Aquí traigo las lágrimas de mi esposa dijo, tómelas usted el peso y aprecie bien los quilates.

Todos permanecen ante la puerta cobardes, mudos y quietos. El Caballero entra solo, y sus voces bajo la bóveda del zaguán, se alejan y se pierden. Los cuatro mancebos se retiran del balcón, unánimes en el impulso violento y fiero.

De repente, al salir los cazadores de la espesura, cuando marchaban distraídamente y sin pensar en nada, el anciano Materne, deteniéndose tras unas malezas, dijo: ¡Quietos! Y con la mano señaló a la laguna, por entonces cubierta de una capa de hielo delgada y transparente.

Y mientras ejecutaban estas menudas labores departían ó narraban cuentos para que se estuviesen quietos los pequeños. El tío Goro de Canzana, cuando no trabajaba, aprovechaba el tiempo para aumentar el caudal ya prodigioso de sus conocimientos leyendo por cuantos papeles impresos llegaban á sus manos.

Aquella noche se habló, se cantó y se bailó poco en la tertulia de Elorza. La virtud, severa por naturaleza, no gusta de manifestaciones ruidosas. Muchachos y muchachas expresaban la íntima y pura satisfacción que aquel sacrificio les había inspirado con una inefable serenidad que los tenía mudos y quietos la mayor parte del tiempo, cual si meditasen profundamente sobre algún texto del Evangelio.

En punto á laboriosos, eran como un tropel de ardillas, no pudiendo permanecer quietos mientras el padre trabajaba. Teresa la mujer y Roseta la hija mayor, con las faldas recogidas entre las piernas y azadón en mano, cavaban con más ardor que un jornalero, descansando solamente para echarse atrás las greñas caídas sobre la sudorosa y roja frente.