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Los dolores del nitrato de plata en los órganos de la vida de relacion, son mas pronunciados y mas durables al parecer, y ningun músculo está exento; produce algunas neuralgias particulares que simulan una ciática, una inflamacion, ó una neuralgia de la rodilla, una afeccion de los huesos de la nariz como si estuvieran rotos.

Sus facciones son tambien algun tanto diferentes: en ámbos sexos se encuentran, una cabeza grande, una cara ancha, pero ménos llena que la de los Chiquitos, los juanetes de esta mas pronunciados, una frente escasa y ligeramente combada, una nariz corta, chata aunque poco ancha, y sus ventanas muy abiertas, una boca mediana, labios poco gruesos, ojos pequeños y horizontales, orejas chicas, cejas estrechas y arqueadas, cabellos negros, largos, nada finos y muy tiesos.

Una señora exclamaba: «¡Ya lo creo que estarían buenas! ¡Que se acuerde de las que comía en casa de su padreOtra decía: «¡Vaya por Dios, señor; yo con estas cosas me mareoMás allá murmuraba una vieja: «¡Qué mundo éste y cuántas vueltas da!» Y todas ellas hacían coro con sus risas maliciosas y sus dichos punzantes á la mímica del jugador, el cual, así que concluyó de representar la escena, volvió á coger la bolsa y dijo como hablando consigo mismo en tono entre compasivo y desdeñoso: «Á esta pobre Laura le sienta el condado como á un Cristo un par de pistolas». Las señoras le miraron con respeto y rieron discretamente este chiste que cerraba la serie de los pronunciados con tal motivo.

Vió la talla aventajada de un hombre, y le pareció a su vez que aquel hombre le miraba con atención.... Y tanto se miraron uno a otro, que dos nombres, pronunciados con sorpresa, rodaron sobre la cubierta, entre la monstruosa palpitación del buque, y fueron a extinguirse en el rumor profundo de las olas. ¡Salvador! ¡Fernando! ¿Adónde vas? Al Havre...; ¿y ?

Este discurso, y la palabra señor sobre todo, fueron pronunciados con un aire tan evidentemente burlón, que fue preciso la vista de una bolsa bien repleta y el respeto que inspiraban los anchos hombros y el bastón herrado de Kernok, para impedir que la digna pareja no estallase en una cólera demasiado largo tiempo contenida. Y no es añadió el corsario que yo crea en vuestras brujerías.

La taciturna ciudad dentro del alto cerco almenado que suprimía todo horizonte; la adusta soberbia de los caserones, evocando nombres tantas veces pronunciados, con todo el entretejo de odios, de envidias, de imposturas; el andar rutinero y villano de la existencia comunal que cada minucia recordaba, y, en fin, tanta sordidez, tanta monotonía, saltáronle a los ojos haciéndole considerar la estrechura de cárcel que había bastado a su ardimiento.

No es fácil decir si en la época en que lo presentamos era verdadero demagogo ó simplemente un absolutista disfrazado, como otros muchos. Lo cierto es que hacía alarde de las más exageradas opiniones, y sus discursos, pronunciados en Lorencini, eran elocuentes y fanáticos. Conspiró mucho con los liberales exaltados contra el gobierno Feliú, y después contra el gobierno de Martínez de la Rosa.