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Actualizado: 31 de mayo de 2025


La basilisa se instalaba en Valencia, recién conquistada. Su sobrino el futuro Pedro III, que intervenía en el gobierno por la ancianidad de su padre, le ofreció Estados; pero cansada de una vida de aventuras, prefería entrar en el convento de Santa Bárbara.

¿Y bien? preguntó con ansiedad. ¿Le ha visto usted? Acabo de dejarle. ¿Todo está arreglado? ¡No sin trabajo! ¿Que me cuenta usted? La triste verdad. He necesitado casi amenazarle para decidirle á escapar. Marenval hizo un gesto de asombro. ¿Habremos llegado tarde? ¿No tendrá ya la fuerza y la energía necesarias para evadirse? Tiene fuerza. Lo que le faltaba era la voluntad. ¿Prefería quedarse?

No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada.

Entonces la marquesa pareció sentir menos admiración por la vida de aventuras, confesando al fin que prefería su existencia en París. Pero me hubiera gustado añadió con voz melancólica que el hombre que fuese mi esposo viviera así, conquistando una riqueza enorme.

Ella, en tanto, hoy mimaba a Juan, mañana prefería a Pedro, igual cariño profesaba a los dos, pero cariño ciego, vacilante, inseguro, como si viviese condenado a la incertidumbre de su propia sinceridad.

Entonces, movida por el deseo ingenuo de arrancarse a la horrible complicidad que tocaba a ella, redimida también por la sangre divina, juntaba las manos suplicando: "Te pido una sola cosa, Jesús de mi alma: no me dejes entrar al cielo cuando muera". Y en su lenguaje infantil procuraba explicarle que prefería permanecer en la impureza del pecado y consagrarse a los espantos del infierno, antes que aprovechar con tanto egoísmo, para conquistar la gloria, sus sufrimientos de Redentor.

Sólo tenía que esperar yo cuatro años, y entonces me daría lo que desease. ¡Esperar en un país donde mueren de una manera trágica cuatro presidentes en sólo diez años!... No; prefería que me diesen inmediatamente el modesto cargo de comprador en Nueva York.

Glave, que no se hallaba de muy buen humor por la presencia de esos dos vagabundos desconocidos, entró y me anunció que la comida estaba servida; pero ella, firmemente, aun cuando con dulzura y gracia, rehusó mi invitación a comer, diciendo que, si yo se lo permitía, prefería más bien quedarse allí delante del fuego media hora más.

También ella prefería las propiedades de campo a todas las demás clases de riqueza. Después que se retiró su amante, se quedó pensando en su fortuna, y todo aquel fárrago de olivos, parrales y carrascales que tenía metido en la cabeza le impidió dormir hasta muy tarde, enderezando aún más sus propósitos por la vía de la honradez.

El sargento la echaba piropos y el furriel de mi escuadra no la dejaba ni á sol ni á sombra. Pero ella prefería al gallego... El gallego era yo, ¿sabéis? Allí nos llaman gallegos á los de acá. Un domingo por la tarde salimos juntitos orilla del Guadalquivir por aquellos campos y merendamos en un ventorrillo, y yo me puse como una uva. ¡Vaya una tardecita aprovechá!

Palabra del Dia

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