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Actualizado: 16 de junio de 2025


No poseyendo El Alud una colección de caracteres griegos, el editor se vio obligado a reproducir los versos leucádeos en letra ordinaria romana, con grandísimo disgusto del coronel Roberto e inmensa alegría de Fiddletown, que aceptó el texto como una excelente imitación de choctaw, lengua india que se supuso familiar al coronel, como residente en los territorios salvajes.

El cocinero de los Sres. de Figueredo era cosmopolita en su arte, poseyendo el de la clásica cocina francesa y lo más selecto de la antigua y hoy degenerada cocina española. Se pintaba solo además para confeccionar guisos y acepipes a la brasileña, y para preparar ciertas legumbres del país, como palmito y quinbombó, haciendo deliciosos quitutes, según en Río de Janeiro se llaman.

En uno de estos viajes vine muy cambiado; me blanqueaba el cabello y traía en los brazos una niña. Me estuve entonces aquí un año entero; un año que fué para mi alma ocasión de intensas revelaciones; la niña, tan pequeña, tan impotente, iba poseyendo todo mi albedrío. En rendirla yo mi voluntad sentía un extraño goce lleno de encantos nuevos.

Los Pinzones, por el contrario, poseyendo tal vez algunas tradiciones sobre aquel viaje, navegaron como si conociesen dicha corriente, no afrontándola á su salida, sino que, declinando al Sur, pasaron sin trabajo y abordaron en el mismo punto donde los vientos alisios empujaban las aguas del Africa hacia la América, en los límites de Haití.

Pero como es difícil mantenerse siempre en un justo medio inofensivo, y más poseyendo el carácter fanfarrón de nuestro majo, sucedió que otra noche, sin darse cuenta, se le fué la lengua y soltó una impertinencia. Soledad esta vez no se contentó con mirarle, sino que exclamó con acento amenazador: ¡Cuidado! Volvió á echarlo á broma Velázquez, y le dijo algunas frases cariñosas para desagraviarla.

Había resuelto quitarme mi doloroso disfraz y morir poseyendo a Amparo. A medida que este pensamiento tomaba consistencia, estimulaba al conductor prometiéndole más. La silla apenas tocaba con las ruedas al camino. A pesar de esta agudez no pudimos llegar a Madrid hasta el medio día. Cuando llegué a mi casa, subí anhelante las escaleras como si hubiese estado mucho tiempo ausente de ella.

Auvray continuó: «Ya ve usted señorita, que la conozco. ¿Y a usted, jamás le ha dicho su instinto de mujer que muy cerca de usted, en la casa de enfrente, había un joven que poseyendo algunos bienes, vive solo y aislado y necesita un corazón amante y cariñoso que sepa comprenderle? ¿No ha adivinado usted que aquí había un hombre capaz de dar su sangre, su vida, y su alma al ángel que bajase del Cielo para llenar el vacío de su triste existencia, y cuyo amor no sería un capricho profano y ridículo, sino una adoración eterna?

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