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Todo el mundo rezaba... El humo de los cirios y ese olor humano y acre de gente aglomerada en espacio cerrado, viciaban la atmósfera. Delante, y a la derecha del altar mayor, había otro portátil que sustentaba una Virgen de túnica blanca y manto azul, figurando salir de una gruta hecha, como peñasco de nacimiento, con corcho y cartón piedra. Este era el punto más luminoso del templo.

Un naranjero, que con su comercio portátil de naranjas, cacahuetes y caramelos largos, se había acercado al lugar de la pelea, aseguró haber visto al matador saltar la tapia de una corraliza inmediata a las huertecillas de coles y acelgas que rodean el arroyo. Fundada era la declaración del naranjero.

No quiero decirte por menudo sus grandezas; basta afirmarte que su cirio pascual pesa ochenta y cuatro arrobas de cera , y el candelero de tinieblas, de grandeza notable, es de bronce, y de tanta ostentación y artificio, que si fuera de oro no hubiera costado tanto . Su custodia es otra torre de plata, de la misma fábrica y modelo ; su trascoro no perdonó piedra esquisita y preciosa a los minerales; su monumento es un templo portátil de Salomón .

Aquel salmón que pescaba el colono del magnate a la luz de una hoguera portátil, era el mismo que ahora estaba sangrando, todo lonjas, esperando el momento de entregarse a la parrilla, sobre una mesa de pino, blanca y pulcra.

Después, el loco, reclinándose en su portátil huronera, principió así su extraordinario relato.

Desde el momento en que el viajero extraño desciende del wagon del ferrocarril, su persona es libre, enteramente libre, pero su bolsillo, su fortuna portátil queda á discrecion de una legion tan extensa, tan complicada y hábil de «filibusteros desarmados», que toda defensa es imposible.

A su lado un niño pobre, rubio, pálido y delgado, de seis años, sentado en el suelo junto a la falda de su madre cubierta de harapos, cantaba sin pestañear, fijos los ojos en la Dolorosa del altar portátil; cantaba, y de repente, por no se sabe qué asociación de ideas, calló, volvió el rostro a su madre y dijo: ¡Madre, dame pan!

También corrieron los portadores de su litera para empuñar los brazos de esta caja portátil. Todo el cortejo universitario, que ya empezaba á fatigarse de una visita larga y sin incidentes, se aglomeró en los escotillones para deslizarse por las cuatro rampas arrolladas á las patas de la mesa. Flimnap se despidió de su protegido con breves palabras: -Vendré mañana, gentleman.

En aquel sitio, tan encantador como modesto, era recibido don Paco. Todavía allí, a la luz de un bruñido velón de Lucena, de refulgente azófar, se jugaba al tute en una mesilla portátil, pero no con la persistencia que bajo techado. Otras distracciones, casi siempre gastronómicas, suplían la falta del juego.