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Actualizado: 2 de junio de 2025


Los poetas por temperamento, para quienes la poesía es una vocacion, son como las lámparas: alumbran gastando en sus poemas el aceite de la vida, derramando en sus obras su propia sustancia y apagándose muy temprano, como Byron ó como Schiller.

Lo antiestético del goce de amor, patentizado por el arte y descrito con circunstancias menudas, se ve hasta en los poemas más primitivos. Sube Juno á la cumbre del Gárgaro, adornada con el cinto de Venus, que la hace irresistible: «... allí el deseo, allí la dulce persuasión estaba, que á los más cuerdos la prudencia roba

¡Cuántos poemas de ternura y de amor tienen por teatro diariamente los calabozos! ¡He visto madres que no sólo abandonan las comodidades que un hijo honorable puede proporcionarles, sino que hasta cubren de vergüenza su nombre por disimular las bajezas de uno de estos canallas que ha rodado al abismo y que les paga sus sacrificios imponiéndoles cada día otros mayores!

Porque yo me figuro, pongo por caso, que había de haber un sin número de cantos o narraciones populares sobre la guerra de Troya, y que sin duda algún sabio discreto desechó lo más y escogió lo menos y más hermoso, y, enlazándolo entre con artificio y orden, compuso los maravillosos poemas de la Ilíada y de la Odisea.

Este es en mi humilde opinión el origen del cuadro. Luego, en la manera de sentirlo y componerlo, Velázquez se burló de la mitología como Quevedo se burlaba de los poemas heroicos, escribiendo las Locuras y necedades de Orlando, y Cervantes de todos los libros de caballerías con el inmortal Don Quijote.

Sus poemas, por consiguiente, están saturados de aquellos elementos que admiten muchas y variadas combinaciones, según puede verse en las infinitas leyendas que los lectores habrán, sin duda, oído recitar en su vida.

Así es que, impresionado por unos poemas que describían el efecto de las costumbres de California sobre un alma sensible y las vagas aspiraciones al infinito de un pecho generoso a la vista del cuadro desconsolador de la sociedad californiana, decidió buscar a la ignorada musa.

Tampoco presidió más favorable estrella á los poemas románticos españoles, por el estilo de los de Ariosto y Boyardo, que retrataban la vida caballeresca con sus aventuras imaginarias, ó, por lo menos, no puede compararse ninguno con sus modelos italianos.

De un lado suponía ser de aquellos hijos malditos en quienes retoñan y se castigan las culpas de los padres; de otra parte se miraba predestinada al infortunio como las vírgenes de los poemas griegos: temía juntamente ser víctima expiatoria, y presa de la fatalidad, viniendo estos sentimientos, por una larga e intrincada serie de transformaciones mentales, a degenerar en una impresión doble y extraña que la impulsaba a deleitarse con el pensamiento en el amor, y a temer al amante como hombre.

Pocos, sin embargo, según parece, lograron gran éxito en el teatro. Spanische Staatsgeschichte beschrieben von der Gräfin d'Aulnoy: Leipzig, 1703, S. 51 und 62. Hállanse en la colección de sus poemas: Poemas de la única poetisa americana Sor Juana Inés de la Cruz cuya tercera edición se publicó en Barcelona en 1691.

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