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Actualizado: 25 de junio de 2025


Inés no cesaba un momento de gemir, y tanto a mi compañero como a nos mostraba repugnancia, ordenándonos que la dejáramos sola, porque no quería vernos, y que la matáramos, porque no quería vivir. Su desesperación llegó a tal punto, que no la podíamos contener, y se nos escapaba de entre los brazos, diciendo que pues no le era posible salvaros la vida, quería daros a entrambos sepultura.

Las calmas que veníamos experimentando nos agotaron casi todo el fresco de que podíamos disponer, así que, aprovechando el seguro y resguardado puerto de San Jacinto, anclamos en él á fin de refrescar víveres. San Jacinto es un pintoresco pueblecito situado en la isla de Ticao.

Hecho esto, volvimos debajo de la toldilla porque hacía más fresco, y además porque podíamos desde allí ver algo de lo que pasaba en cubierta. Nuestro anhelo y nuestro temor eran tan grandes, que casi no sentíamos la sed. Pasamos las primeras horas de la noche alerta. En el camarote del capitán habían botellas de cerveza, que era bebida que él solía tomar alguna vez.

Quedó Maltrana pensativo, y dijo luego a Fernando: Creo que usted y yo podíamos dedicarnos a eso de las conferencias. Según parece, gusta mucho en América y proporciona dinero. ¡Qué países tan interesantes! ¡Pagar por oír discursos!... ¡Tantos que hablan gratuitamente en nuestra tierra, y aun así no encuentran las más de las veces quién los escuche!

Hace un momento, Máximo, que no se mueve de aquí, tenía a mi padre incorporado mientras yo le daba el calmante que debe tomar cada hora. El enfermo querido nos dio tiernamente las gracias al uno y al otro, y añadió: Seréis siempre amigos en recuerdo mío, ¿no es verdad? silenciosamente la mano a Máximo, que la besó y la conservó en la suya. No podíamos hablar; las sollozos nos ahogaban.

¿Y las cosas no se arreglan? ¡No!... No preguntes por qué. Conténtate con esta respuesta: ¡no! De repente se inclinó hacia , se apoderó de mis manos y me dijo desde el fondo del corazón: Ves, Olga, cómo nuestro compañerismo ha tenido mejor resultado que el que podíamos esperar uno y otro hace media hora. ¿Querrías asistirme fielmente, y ayudarme en cuanto estuviera en tu poder?

Pero que, si por el contrario, era yo un positivista convencido, creyendo en la evolución constante y por lo tanto en el encadenamiento de los seres organizados, tendría que ser lógico admitiendo que el negro, como el caballo, como el toro o las aves se encontraba a un nivel bien inferior al nuestro y podíamos, en consecuencia, utilizarlo legítimamente en la satisfacción de nuestras necesidades ¡Pero a eso paso, usted aceptaría hasta la práctica de comernos a los negros! ¡No, porque la carne de vaca es mejor y las vacas no pueden cortar la caña ni recoger el tabaco! ¡Aquel hombre era un socialista en absoluto y no caían de sus labios sino planes de reforma con vistas a la felicidad humana sobre la tierra!...

En este medio se pasaba mucha gente á los turcos y morían muchos, así por la falta de medicinas como por el mal gobierno que había en el hospital, que aun para enterrar los muertos no nos supimos dar maña, sino echarlos de la muralla abajo, para que entendiesen los enemigos lo poco que podíamos durar, porque huyéndose y muriendo tantos, no podía faltar de verse presto el cabo de nosotros.

Soliamos tener discusiones interminables por las cosas más tontas; por ejemplo: cuál de nuestros pueblos era mejor, y llegábamos hasta contar las casas que había en cada uno. Un reloj inglés que teníamos en la cámara nos acompañaba en nuestro encierro, dando las horas con campanadas muy agudas. Gracias a que holandeses y portugueses se odiaban, podíamos dominarlos nosotros.

El general dió en maquinar con los soldados, que no podíamos estar aquí por falta de bastimento: mas si hubiéramos sabido que tendríamos gobernador y provision, no hubiéramos dejado la provincia, y fácilmente halláramos lo necesario.

Palabra del Dia

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