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Actualizado: 4 de julio de 2025


Las coplas, decimas, sonetos, y otras superfluidades, que vemos al principio de algunos libros, significan dos cosas, es á saber, que hay grande abundancia de malos Poetas, y que el Autor gusta que los ignorantes le alaben, lo qual es efecto de desordenado amor propio. Las aprobaciones comunes son indicio del amor propio de los Escritores, y de sus Aprobantes.

¡Absurdo! ¡absurdo! gritaba don Víctor jamás se hizo cosa por el estilo en los gloriosos siglos de estos insignes poetas. Afortunadamente añadía calmándose yo no me veré nunca en el doloroso trance de escogitar medios para vengar tales agravios; pero juro a Dios que llegado el caso, mis atrocidades serían dignas de ser puestas en décimas calderonianas.

No obstante se aplauden, y se celebran como venidos del Cielo; y estos vanos aplausos nos acarrean despues una lluvia de Poetas que nos oprimen, y la poesía se hace estudio de moda; de suerte, que es tenido por grande hombre un vanísimo Poeta.

Parécenos, al leerlas, que los materiales más ingratos de las producciones más detestables de la época anterior, forman una olla podrida, llena, además, con las propias y estúpidas invenciones de los poetas modernos, y que de todo se hace una mezcla destinada á nuestro servicio.

Después entraron los poetas, unos vestidos á la usanza de su tiempo, con la capilla hasta las rodillas, el cabello largo hasta los hombros, y los cuellos de la camisa á la manera del Dante; los otros que llegaron á ver algunos rayos de la luz de nuestro siglo, con la capa corta y la gorra de paño, chaleco con mangas estrechas y su gorguera.

Pero si bien es de deplorar que hayan desaparecido tantas obras de un poeta tan distinguido como éste, sin embargo, en las que nos quedan encontramos bellezas de primer orden, que exceden en mucho á las de otros poetas famosos inferiores, y sobradas, no obstante, para que nos llene de admiración su inventiva inagotable; y es tal su fecundidad y son tan distintas unas de otras, que clasificarlas y caracterizarlas es ya por trabajo arduo.

Si encontraba poetas por las calles, Me ponia á pensar, si eran de aquellos Huidos, y pasaba sin hablalles. Ponianseme yertos los cabellos De temor no encontrase algun poeta, De tantos que no pude conocellos; Que con puñal buido, ó con secreta Almarada me hiciese un abugero Que fuese al corazon por via reta.

La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era puramente literaria, y a fe que el juez no podía ser más autorizado. En la plévade de poetas del siglo XVII, siglo que produjo a Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Tirso de Molina, Alarcón y Moreto, el príncipe de Esquilache es uno de los más notables, si no por la grandeza de la idea, por la lozanía y corrección de la forma.

El traje y porte de este Dios es puntualmente aquel en que la fantasía loca de los poetas representa á su Caronte, pálido el semblante, la frente horrorosa, sin cabellos la cabeza, cubierto de llagas é inmundicias el cuerpo, y por vestido un trapo con que cubrirse honestamente.

Así, los que leen la traducción de Caro, encuentran en ella el mismo sabor delicioso que se desprende de la lira del cisne de Mantua, la misma fuerza y aquella suavidad exquisita e insuperable que ha hecho de Virgilio el príncipe de los poetas latinos.

Palabra del Dia

gallardísimo

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