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Portugal, un pigmeo, ¿absorbe al Brasil, gigante a su lado? Seamos sinceros y prácticos reposando en la convicción de que no sólo la independencia americana es un hecho y un derecho, sino que nadie tiene la idea de atentar contra las cosas consumadas.

Pudo ver entonces con dimensiones agrandadas, casi del tamaño de un hombre de su especie, á este pigmeo tan interesante para él. Era, efectivamente, un Edwin Gillespie igual al que meses antes vivía en California, pero grotescamente disfrazado con vestiduras femeniles.

El enano don Joselito le divertía mucho, y a él acudía con dudas misteriosas que el malvado pigmeo se apresuraba a resolver, poniéndole de manifiesto secretos tan curiosos como los que descubría a su discípulo el Diablo Cojuelo, el impuro y asqueroso Asmodeo... El niño iba atando cabos.

Mas no los soltó el niño, y oprimiéndolos contra su pecho, subió a brincos la escalera, hasta llegar al vestíbulo; cerróle allí el paso una extraña figura que se paseaba de un lado a otro con las manos a la espalda. Era un enano feísimo, pero perfectamente proporcionado: verdadero pigmeo, émulo de aquel famoso Roby que presentaron en la mesa del rey de Sajonia dentro de un pastel de venado.

Pensamiento equivocado. ¿Cómo medir con la ligera copa que el labio apura en solo un movimiento la inmensidad del mar?... ¡Y solicito medir con el pigmeo pensamiento la idea sin igual del infinito!... Ora pro nobis. á rezar, hija mia.

Ninguno de los curiosos osaba permitirse con Gillespie esta intimidad. Le habían hecho una fama de maligno y cruel en toda la nación, y las gentes, al insultarle ó agredirle con piedras, procuraban siempre colocarse á gran distancia. Sintió no tener á mano aquella lente que le había regalado Flimnap, para poder contemplar de cerca á este pigmeo que se entregaba á él con tanta confianza.

Gillespie miró con nuevo interés al pigmeo. ¡Quién podía sospechar que este animalejo tuviese unos sentimientos iguales á los suyos!... Le pareció verse á mismo cuando se lamentaba á solas en Los Ángeles, después de la desaparición de miss Margaret. La melancolía de Ra-Ra se transmitió á él.

Pero transcurrieron muchas horas de la mañana sin que llegase el almuerzo ni el amable capitán. Pasado mediodía, cuando el coloso, mal acostumbrado por las abundancias de la noche anterior, empezaba á sentir el tormento del hambre, vió avanzar á través de la playa solitaria á un pigmeo que, sin duda, venía en su busca. No llevaba uniforme militar ni le seguía vehículo alguno.

Era el único pigmeo que hablaba correctamente el inglés y con el que podía conversar sin esfuerzo alguno. Los otros personajes, así los universitarios como los pertenecientes al gobierno, conocían su idioma como se conoce una lengua muerta. Podían leerlo con más ó menos errores; pero, cuando pretendían hablarlo, balbuceaban á las pocas frases, acabando por callarse.

Al volver sus ojos hacia el suelo, vió erguido en la arena, sobre las puntas de sus botas para hacerse más visible y moviendo los brazos, á un pigmeo, mejor dicho, á un soldado, con casco de aletas y espada al cinto, el cual daba gritos para llamar su atención.