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Actualizado: 2 de junio de 2025
Esta pícara vale más oro que pesa.... Vamos a ver ¿qué te gusta más, Aldeacorba de Suso o Santa Irene de Campó? No me disgusta Aldeacorba. ¡Ah!, picarona... ya veo el rumbo que tomas.... Bien, me parece bien. ¿Saben ustedes que a estas horas mi hermano le está echando un sermón a su hijo? Cosas de familia: de esto ha de salir algo bueno.
Saluda a tu tío, mujer... no te hagas la disimulada profirió Tomás en tono de zumba, que rebosaba de alegría. La joven quedó inmóvil y sorprendida. ¡Vamos, picarona dijo el padre sacudiéndola rudamente por el hombro, que buen pájaro has atrapado! ¡Yo! ¡Sí, tú!... Ahí tienes a tu tío, que ya se entregó como un borrego... ¿Qué mil diablos le has dado a comer para sujetarle así por las orejas?
II: «Pasamos adelante, y en una esquina, por ser de mañana, tomamos dos tajadas de letuario y aguardiente de una picarona....» Las mujeres que vendían el letuario acostumbraban a pregonarlo por las calles en las primeras horas de la mañana.
Por supuesto, él no se dignaba sentarse a la mesa: abajo, en la portería, recibía su buena ración y se iba tan contento. Y hoy, ¿dónde has almorzado? preguntó Susana con timidez. ¡Ah! ¡Nanita, qué picarona! ¿De modo que las santas se permiten también ser maliciosas? Pues hoy almorcé... allá. ¿Dónde... allá? Pues, en casa de la tía Silda. ¡Ah! hizo Susana. ¡Qué enferma había estado la tía Silda!
Aprendé, hermano, que veréis mil cosas de estas en el pueblo. Pasamos adelante y, en una esquina, por ser de mañana, tomamos dos tajadas de alcotín y agua ardiente, de una picarona que nos lo dio de gracia, después de dar el bienvenido a mi adestrador. Y díjome: -Con esto vaya el hombre descuidado de comer hoy; y, por lo menos, esto no puede faltar.
Vaya, vaya, a la cama decía doña Paula. Voy. Pero en lugar de irse se abrazaba de nuevo a Cecilia; la hacía cosquillas aprovechando cualquier movimiento para decirla al oído: ¡Cómo estás gozando, picarona! No le eches esos ojazos, mujer, que le vas a aturdir. Adiós, adiós, señores concluyó por decir en voz alta... Y dejar algo para mañana, ¿eh? ¡Qué tonta! exclamó Cecilia ruborizándose.
Volviendo a la cocina, mandó a la criada que se acostase; pero la señora Patria no tenía sueño. «Mientras la señorita no se acueste, ¿para qué me he de acostar yo? Podría ofrecerse algo». Y la muy picarona quería entablar conversación con su ama; mas esta no le respondía a nada.
Con igual frescura y la misma indiferencia, respondió al largo y malicioso interrogatorio con que su padre la estuvo asediando un buen rato. Y ¿qué tal de estilo? llegó a preguntarla . ¿Se ha corregido algo de aquellas melopeas guachinanguitas desde que yo no leo sus cartas?... Porque bien sabes tú que, de dos años acá lo menos, ya no me las enseñas como me las enseñabas antes... ¡Picarona!
Palabra del Dia
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