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Una sola cosa subsistía todavía a sus ojos: la necesidad de cumplir su deber por gratitud al señor Aubry. Esta idea lo mantenía fiel en su puesto. A menudo se reprochaba el dejarse vencer por un pesimismo peligroso. Ante su impotencia para encontrar la calma, la energía de su voluntad desamparada se acusaba de debilidad y de egoísmo; pero no podía dominar su tristeza creciente.

A la mañana siguiente don Saturno despertaba malhumorado, con dolor de estómago, llena el alma de pesimismo desesperado y de flato el cuerpo. ¡Memento homo! decía el infeliz, y se arrojaba del lecho con tedio, procurando una reacción en el espíritu mediante agudos y terribles remordimientos y propósitos de buen obrar, que facilitaba con chorros de agua en la nuca y lavándose con grandes esponjas.

Si se le pregunta qué tal va la obra, dirá que mal, porque Shempelar es un dilettanti del pesimismo. Concluye el maestro de dibujar las piezas, y entonces los carpinteros de ribera comienzan a trabajar con el hacha y la azuela, cortando las tablas, barrenándolas y armando después las costillas.

Cuando veía fracasar a un compañero en alguna, sonreía maliciosamente y se daba a mismo el parabién por el gran talento de que estaba dotado. Si rendía ganancias, sacudía la cabeza murmurando con implacable pesimismo: "Al freir será el reir". Económico, avaro mejor dicho, hasta un grado escandaloso en su casa.

No están conformes los biógrafos de D. Marcos en la causa de ciertas riñas, que pusieron á la esposa en peligro de morir á manos de su esposo: unos lo atribuyen á veleidades del escritor; otros más concienzudos, y buscando siempre las causas recónditas de los sucesos humanos, á que el pesimismo adquirido cultivando las letras infiltróse de tal modo en su pensamiento, que llenó su vida de melancolía y fastidio. ¡Tal influjo tienen las grandes ideas en las grandes almas!

Había que huir: en la isla no quedaba sitio para él. Bien podría ser que le engañase su pesimismo al apreciar la importancia del afecto que le había empujado hacia Margalida. Tal vez no era deseo, sino amor, el primer amor verdadero de su vida: casi estaba seguro de ello. Pero aunque así fuese, había que olvidar y huir; huir cuanto antes.

Uno de los compañeros de bolsa de Mesía, viejo verde de cincuenta años, el señor Palma, banquero, lamentaba que la juventud no fuese eterna, y con lágrimas en los ojos, de pie, con una copa ya vacía en la mano, exponía su sistema filosófico de un pesimismo desgarrador, como decía el capitán Bedoya.

Algunas veces, aburrido de su silencio, llamaba al capataz que iba de una colina a otra vigilando el trabajo. El señor Fermín poníase en cuclillas ante él, y hablaban de la huelga, de las noticias que llegaban de Jerez. El capataz no ocultaba su pesimismo. La resistencia de los trabajadores era cada vez mayor.

En resolución, y para terminar, en las poesías amorosas mezcle usted algo del cielo con la tierra, á fin de no hallar tétrica la vida cuando está en lo más florido de sus años, y en lo demás procure usted no caer en el pesimismo, y si cae en él, témplele y endúlcele con la risa resignada y con la burla sin acíbar de Cervantes y del antiguo amigo de Espronceda.

Toda su resignación aparente era por dentro un pesimismo invencible: se había convencido de que estaba condenada a vivir entre necios; creía en la fuerza superior de la estupidez general; ella tenía razón contra todos, pero estaba debajo, era la vencida.