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Actualizado: 1 de junio de 2025


Pero, mirándolo bien, esto no es espíritu democrático discreto, sino negro y desconsolador pesimismo.

El desesperado pesimismo que había sentido en los primeros momentos se reprodujo, haciéndole buscar en el telegrama la parte más alarmante, ó sea las primeras palabras. ¿Qué importaba que la orgullosa señora, olvidando la altivez con que siempre le había tratado, se humillase hasta formular este llamamiento?... Lo concreto, lo seguro, era que Margaret estaba muy enferma.

Su entusiasmo cayó de golpe como un globo que se deshincha. Reapareció su antiguo pesimismo. Las tropas mostraban energía y disciplina; pero ¿de qué podía servir esto si se retiraban casi sin combatir, imposibilitadas, por una orden severa, de defender el terreno? «Lo mismo que en el 70», pensó. Exteriormente había más orden, pero el resultado iba á ser el mismo.

A pesar de estas lúgubres y espantosas conclusiones, y del pesimismo que mina su preciosa existencia, el mosquito filósofo gusta extremadamente de que El Imparcial y El Globo digan en su hoja literaria que zumba con corrección y elegancia.

Fortunata encontró a su tío transfigurado moralmente, con un reposo espiritual que nunca viera en él, suelto de palabra, curado de su loca ambición y de aquel negro pesimismo que le hacía renegar de su suerte a cada instante. No existía por aquel entonces en Madrid un modelo mejor, y los pintores se lo disputaban.

Y luego que consiguiera el título, ¿qué iba a hacer?... El pesimismo se había apoderado de Maltrana. ¿Para qué doctorarse? El estudio no significaba sabiduría, sino rutina. El había visto mucho y sabía a qué atenerse. La Universidad era una mentira, como todas las instituciones sociales.

Quizá no fuese todo sino un poco de esa simpatía que, a modo de limosna, dispensa el poderoso al miserable. El pesimismo, compañero eterno de la desgracia, le dijo que acertaba. ¿Qué otra cosa podía ser? Pero luego la imaginación venció a la cordura y el desvarío del pensamiento se sobrepuso a la mentida frialdad de que Pepe quiso hacer alarde ante propio.

La misma corrupción aparece ya en tiempo de los Faraones y se repite en Fedra, en Briolanja y en las empecatadas mujeres de las que consiguieron triunfar los tres gloriosísimos santos que hemos citado. No implica mayor corrupción, ni necesitamos atribuir al autor de la novela mayor pesimismo, para que quede justificada la venganza que toma la Duquesa haciendo saber a Ignacio su deshonra.

La sobrina también llevó a casa la imagen de don Álvaro entre ceja y ceja. Y pensaba: «Ese era de los menos malos. Parecía más distinguido; y no era pesado; tenía cierta dignidad... era comedido... frío con elegancia... el menos tonto sin duda». El pesimismo la hizo repetir muchos días seguidos: «Se ha ido el menos tonto».

Conviene, pues, para esto, que nuestro pesimismo, en vez de ser trágico, sea chistoso y cómico; como el pesimismo de Voltaire, que en el Cándido hace que nos desternillemos de risa, ó, mejor aún, como el de Cervantes, más gracioso todavía en el Quijote, y lleno de dulzura y de cristiana resignación, sin chispa de hiél ni de impiedad ni de odio.

Palabra del Dia

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